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CAPÍTULO L.
año, y ellos se tienen cuidado del gobierno, y el señor se está á pierna tendida gozando de la renta que le dan sin curarse de otra cosa: y así haré yo, y no repararé en tanto mas cuanto, sino, que luego me desistiré de todo, y me gozaré mi renta como un duque, y allá se lo hayan. —Eso, hermano Sancho, dijo el Canónigo, entiéndese en cuanto al gozar la renta; empero al administrar justicia, ha de entender el señor del estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intencion de acertar, que si ésta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines: y así suele Dios ayudar al buen deseo del simple, como desfavorecer al malo del discreto. —No sé esas filosofías, respondió Sancho Panza, mas solo sé, que tan presto tuviese yo el condado, como sabria regirle, que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que mas, y tan rey seria yo de mi estado, como cada uno del suyo, y siéndolo, haria lo que quisiese, y haciendo lo que quisiese, haria mi gusto, y haciendo mi gusto, estaria contento, y en estando uno contento, no tiene mas que desear, y no teniendo mas que desear, acabóse, y el estado venga, y á Dios y véamonos, como dijo un ciego á otro. —No son malas filosofias esas, como tú dices, Sancho[1]; pero con todo eso, hay mucho que decir sobre esta materia de condados. A lo cual replicó Don Quijote: —Yo no sé que haya mas que decir; solo me guio por el ejemplo que me da el grande Amadis de Gaula, que hizo á su escudero conde de la Insula firme, y así puedo yo sin escrúpulo de conciencia hacer conde á Sancho Panza, que es uno de los mejores escuderos que caballero andante ha tenido. Admirado quedó el Canónigo de los concertados disparates que Don Quijote habia dicho, del modo con que habia pintado la aventura del caballero del lago, de la impresion que en él habian hecho las pensadas mentiras de los libros que habia leido, y finalmente, le admiraba la necedad de Sancho, que con tanto ahinco deseaba alcanzar el condado que su amo le habia prometido. Ya en esto volvian los criados del Canónigo, que á la venta habian ido por la acémila del repuesto, y haciendo mesa de una alhombra y de la verde yerba del prado, á la sombra de unos árboles se sentaron, y comieron allí porque el boyero no perdiese la comodidad de aquel sitio, como queda dicho: y estando comiendo, á deshora oyeron un recio estruendo, y un son de esquila, que por entre unas zarzas y espesas matas que allí junto estaban, sonaba, y al
- ↑ Dijo el Canónigo.