de ver que es pura verdad la que le digo, y que en esta su prision y desgracia tiene mas parte la malicia que el encanto? Pero pues así es, yo le quiero probar evidentemente como no va encantado: si no dígame, así Dios le saque desta tormenta, y así se vea en los brazos de mi señora Dulcinea cuando menos piense. —Acaba de conjurarme, dijo Don Quijote, y pregunta lo que quisieres, que ya te he dicho, que te responderé con toda puntualidad. —Eso pido, replicó Sancho, y lo que quiero saber es, que me diga sin añadir ni quitar cosa ninguna, sino con toda verdad como se espera que la han de decir, y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced las profesa, debajo de título de caballeros andantes. —Digo que no mentiré en cosa alguna, respondió Don Quijote, acaba ya de preguntar, que en verdad que me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho. —Digo que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo, y así, porque hace al caso á nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento, ¿si acaso después que vuestra merced va enjaulado y á su parecer encantado en esta jaula, le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores, ó menores, como suele decirse? —No entiendo eso de hacer aguas, Sancho, aclárate mas, si quieres que te responda derechamente. —¿Es posible que no entiende vuestra merced de hacer aguas menores ó mayores? Pues en la escuela destetan á los muchachos con ello. Pues sepa que quiero decir, ¿si le ha venido gana de hacer lo que no se escusa? —Ya, ya te entiendo, Sancho: y muchas veces, y aun agora la tengo, sácame deste peligro, que no anda todo limpio.