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CAPÍTULO XLVIII.

dijo el Canónigo, llévense allá todas las cabalgaduras, y haced volver la acémila. En tanto que esto pasaba, viendo Sancho que podia hablar á su amo sin la continua asistencia del Cura y del Barbero, que tenia por sospechosos, se llegó á la jaula donde iba su amo, y le dijo: —Señor, para descargo de mi conciencia le quiero decir lo que pasa cerca de su encantamento, y es que aquestos dos que vienen aquí encubiertos los rostros, son el Cura de nuestro lugar y el Barbero, y imagino han dado esta traza de llevarle desta manera de pura envidia que tienen, como vuestra merced se les adelanta en hacer famosos hechos. Presupuesta pues esta verdad, síguese, que no va encantado, sino embaido y tonto. Para prueba de lo cual le quiero preguntar una cosa, y si me responde, como creo que me ha de responder, tocará con la mano este engaño, y verá como no va encantado sino trastornado el juicio. —Pregunta lo que quisieres, hijo Sancho, respondió Don Quijote, que yo te satisfaré y responderé á toda tu voluntad: y en lo que dices, que aquellos que allí van y vienen con nosotros, son el Cura y el Barbero, nuestros compatriotas y conocidos, bien podrá ser que parezca que son ellos mesmos, pero que lo sean realmente y en efeto, eso no lo creas en ninguna manera: lo que has de creer y entender es, que si ellos se les parecen, como dices, debe de ser, que los que me han encantado habrán tomado esa apariencia y semejanza, porque es fácil á los encantadores, tomar la figura que se les antoja, y habrán tomado las destos nuestros amigos, para darte á ti ocasion de que pienses lo que piensas, y ponerte en un laberinto de imaginaciones, que no aciertes á salir dél, aunque tuvieses la soga de Teseo: y tambien lo habrán hecho, para que yo vacile en mi entendimiento, y no sepa atinar de donde me viene este daño: porque si por una parte tú me dices que me acompañan el Barbero y el Cura de nuestro pueblo, y por otra yo me veo enjaulado, y sé de mí, que fuerzas humanas, como no fueran sobrenaturales, no fueran bastantes para enjaularme, ¿qué quieres que diga, ó piense, sino que la manera de mi encantamento escede á cuantas yo he leido en todas las historias que tratan de caballeros andantes que han sido encantados? Así que, bien puedes darte paz y sosiego en esto de creer que son los que dices, porque así son ellos como yo soy turco: y en lo que toca á querer preguntarme algo, dí, que yo te responderé, aunque me preguntes de aquí á mañana. —¡Válame nuestra Señora! respondió Sancho, dando una gran voz, ¿y es posible que sea vuestra merced tan duro de celebro y tan falto de meollo, que no eche