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DON QUIJOTE.

y yo fuera Conde por lo menos, pues no se podia esperar otra cosa, así de la bondad de mi señor el de la Triste Figura, como de la grandeza de mis servicios; pero ya veo, que es verdad lo que se dice por ahí, que la rueda de la fortuna anda mas lista que una rueda de molino, y que los que ayer estaban en pinganitos, hoy están por el suelo. De mis hijos y de mi muger me pesa, pues cuando podian y debian esperar ver entrar á su padre por sus puertas hecho Gobernador ó Visorey de alguna ínsula ó reino, le verán entrar hecho mozo de caballos. Todo esto que he dicho, señor Cura, no es mas de por encarecer á su paternidad haga conciencia del mal tratamiento que á mi señor le hace, y mire bien no le pida Dios en la otra vida esta prision de mi amo, y se le haga cargo de todos aquellos socorros y bienes que mi señor Don Quijote deja de hacer en este tiempo que está preso. —Adóbame esos candiles, dijo á este punto el Barbero: ¿tambien vos, Sancho, sois de la cofradía de vuestro amo? Vive el Señor, que voy viendo, que le habeis de tener compañía en la jaula, y que habéis de quedar tan encantado como él por lo que os toca de su humor y de su caballería. En mal punto os empreñastes[1] de sus promesas, y en mal hora se os entró en los cascos la ínsula que tanto deseáis. —Yo no estoy preñado de nadie, respondió Sancho, ni soy hombre que me dejaria empreñar del rey que fuese, y aunque pobre, soy cristiano viejo, y no debo nada á nadie, y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras, y debajo de ser hombre, puedo venir á ser Papa, cuanto mas gobernador de una ínsula, y mas pudiendo ganar tantas mi señor, que le falte á quien darlas. Vuestra merced mire como habla, señor Barbero, que no es todo hacer barbas, y algo va de Pedro á Pedro. Dígolo porque todos nos conocemos, y á mí no se me ha de echar dado falso: y en esto del encanto de mi amo. Dios sabe la verdad, y quédese aquí, porque es peor menearlo. No quiso responder el Barbero á Sancho, porque no descubriese con sus simplicidades lo que él y el Cura tanto procuraban encubrir: y por este mesmo temor habia el Cura dicho al Canónigo, que caminase un poco delante, que él le diria el misterio del enjaulado, con otras cosas que le diesen gusto.

Hízolo así el Canónigo, y adelantóse con sus criados y con él: estuvo atento á todo aquello que decirle quiso de la condición, vida, locura y costumbres de Don Quijote, contándole brevemente el princi-

  1. Esta palabra carecia en tiempo de Cervantes de la disonancia con que ahora parece ofender á los oídos.