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CAPÍTULO XLVII.

la mano de Dios, replicó Don Quijote: pues así es, quiero, señor caballero, que sepádes, que yo voy encantado en esta jaula por envidia y fraude de malos encantadores, que la virtud mas es perseguida de los malos, que amada de los buenos: caballero andante soy, y no de aquellos, de cuyos nombres jamas la fama se acordó para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que á despecho y pesar de la misma envidia, y de cuantos Magos crió Persia, Bracmanes la India, Ginosofistas la Etiopia, ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad, para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir, si quisieren llegar á la cumbre y alteza honrosa de las armas. Dice verdad el señor Don Quijote de la Mancha, dijo á esta sazon el Cura, que él va encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intencion de aquellos á quien la virtud enfada y la valentía enoja. Este es, señor, El caballero de la Triste Figura, si ya le oistes nombrar en algun tiempo, cuyas valerosas hazañas y grandes hechos serán escritas en bronces duros y en eternos mármoles, por mas que se canse la envidia en oscurecerlos, y la malicia en ocultarlos. Cuando el Canónigo oyó hablar al preso y al libre en semejante estilo, estuvo por hacerse la cruz de admirado, y no podia saber lo que le habia acontecido, y en la mesma admiracion cayeron todos los que con él venian. En esto Sancho Panza, que se habia acercado á oir la plática, para adobarlo todo, dijo: Ahora, señores, quiéranme bien, ó quiéranme mal por lo que dijere, el caso dello es, que así va encantado mi señor Don Quijote, como mi madre: él tiene su entero juicio, él come y bebe, y hace sus necesidades como los demas hombres, y como las hacia ayer antes que le enjaulasen. Siendo esto así, ¿cómo quieren hacerme á mí entender que va encantado? Pues yo he oido decir á muchas personas, que los encantados ni comen, ni duermen, ni hablan, y mi amo, si no le van á la mano, hablará mas que treinta procuradores. Y volviéndose á mirar al Cura, prosiguió diciendo: ¡Ah! señor Cura, señor Cura, ¿pensaba vuestra merced que no le conozco? ¿y pensará que yo no calo y adivino, adonde se encaminan estos nuevos encantamentos? Pues sepa que le conozco, por mas que se encubra el rostro, y sepa que le entiendo por mas que disimule sus embustes. En fin, donde reina la envidia, no puede vivir la virtud, ni adonde hay escaseza hay liberalidad. Mal haya el diablo, que si por su reverencia no fuera, esta fuera ya la hora que mi señor estuviera casado con la infanta Micomicona,