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DON QUIJOTE.

azufre y á otros malos olores; pero esto huele á ámbar de media legua[1]. Decia esto Sancho por Don Fernando, que como tan señor, debia de oler á lo que Sancho decia. —No te maravilles deso, Sancho amigo, respondió Don Quijote, porque te hago saber que los diablos saben mucho, y puesto que traigan olores consigo, ellos no huelen nada, porque son espíritus, y si huelen, no pueden oler cosas buenas, sino malas y hediondas: y la razon es, que como ellos donde quiera que están traen el infierno consigo, y no pueden recebir género de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena: y si á tí te parece que ese demonio que dices, huele á ámbar, ó tú te engañas, ó él quiere engañarte con hacer que no le tengas por demonio. Todos estos coloquios pasaron entre amo y criado, y temiendo Don Fernando y Cardenio, que Sancho no viniese á caer del todo en la cuenta de su invencion, á quien andaba ya muy en los alcances, determinaron de abreviar con la partida, y llamando aparte al ventero, le ordenaron que ensillase á Rocinante y enalbardase al jumento de Sancho, el cual lo hizo con mucha presteza. Ya en esto el Cura se habia concertado con los cuadrilleros, que lo acompañasen hasta su lugar, dándoles un tanto cada dia. Colgó Cardenio del arzón de la silla de Rocinante del un cabo la adarga, y del otro la bacía, y por señas mandó á Sancho, que subiese en su asno y tomase de las riendas á Rocinante, y puso á los dos lados del carro á los dos cuadrilleros con sus escopetas; pero antes que se moviese el carro salió la ventera, su hija y Maritórnes á despedirse de Don Quijote, fingiendo que lloraban de dolor de su desgracia, á quien Don Quijote dijo: No lloreis, mis buenas señoras, que todas estas desdichas son anecsas á los que profesan lo que yo profeso, y si estas calamidades no me acontecieran, no me tuviera yo por famoso caballero andante, porque á los caballeros de poco nombre y fama nunca les suceden semejantes casos, porque no hay en el mundo quien se acuerde dellos: á los valerosos sí, que tienen envidiosos de su virtud y valentía á muchos príncipes y á muchos otros caballeros, que procuran por malas vias destruir á los buenos.

Pero con todo eso la virtud es tan poderosa, que por sí sola, á pesar de toda la nigromancia que supo su primer inventor Zoroástes,

  1. Eran en efecto tan usados los olores en tiempo de Cervantes, que se gastaban hasta en las comidas. El cocinero (dice Don Miguel de Yelgo) ha de tener unas cajetas, donde tener aguas de olores para dar olor á las tortas, y pasteles y empanadas. (Estilo de servir á Principes; en Madrid 1614, p. 155 v.)