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CAPÍTULO XLVI.

otra, de modo que á Don Quijote le pareciese ser otra gente de la que en aquel castillo habia visto. Hecho esto, con grandísimo silencio se entraron adonde él estaba durmiendo y descansado de las pasadas refriegas. Llegáronse á él, que libre y seguro de tal acontecimiento dormia, y asiéndole fuertemente, le ataron muy bien las manos y los piés de modo, que cuando él despertó con sobresalto, no pudo menearse, ni hacer otra cosa, mas que admirarse y suspenderse de ver delante de sí tan estraños visages: y luego dió en la cuenta de lo que su continua y desvariada imaginación le representaba, y se creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que sin duda alguna ya estaba encantado, pues no se podia menear ni defender: todo á punto como habia pensado que sucederia el Cura, trazador desta máquina. Solo Sancho, de todos los presentes, estaba en su mesmo juicio y en su mesnia figura: el cual, aunque le faltaba bien poco para tener la mesma enfermedad de su amo, no dejó de conocer quien eran todas aquellas contrahechas figuras; mas no osó descoser su boca, hasta ver en qué paraba aquel asalto y prision de su amo, el cual tampoco hablaba palabra, atendiendo á ver el paradero de su desgracia, que fué, que trayendo allí la jaula le encerraron dentro, y le clavaron los maderos tan fuertemente, que no se pudieran romper á dos tirones. Tomáronle luego en hombros, y al salir del aposento se oyó una voz temerosa, todo cuanto la supo formar el Barbero, no el del albarda, sino el otro, que decia:

“¡O caballero de la Triste Figura!
“no te dé afincamiento la prision en que vas, porque así conviene,
“para acabar mas presto la aventura en que tu gran esfuerzo te puso:
“la cual se acabará cuando el furibundo leon manchego, con la
“blanca paloma tobosina, yoguieren en uno, ya despues de humilladas
“las altas cervices al blando yugo matrimoñesco: de cuyo
“inaudito consorcio saldrán á la luz del orbe los bravos cachorros
“que imitarán las rapantes garras del valeroso padre: y esto será
“antes que el seguidor de la fugitiva Ninfa faga dos vegadas la
“visita de las lucientes imágenes con su rápido y natural curso. Y
“tú, ó el mas noble y obediente escudero, que tuvo espada en cinta,
“barbas en rostro y olfato en las narices, no te desmaye ni descontente
“ver llevar así delante de tus ojos mesmos á la flor de la
“caballería andante: que presto, si al Plasmador del mundo le place,
“te verás tan alto y tan sublimado que no te conozcas, y no saldrán
“defraudadas las promesas que te ha fecho tu buen señor: y
“asegúrote de parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea