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CAPÍTULO XLVI.

tea, porque era verdad que su esposo Don Fernando alguna vez á hurto de otros ojos, habia cogido con los labios parte del premio que merecian sus deseos, lo cual había visto Sancho, y parecídole que aquella desenvoltura, mas era de dama cortesana que de reina de tan gran reino, y no pudo, ni quiso responder palabra á Sancho, sino dejóle proseguir en su plática, y él fué diciendo: —Esto digo, señor, porque si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y peores dias, ha de venir á coger el fruto de nuestros trabajos el que se está holgando en esta venta, no hay para que darme priesa á que ensille á Rocinante, albarde el jumento y aderece el palafren, pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos. ¡O válame Dios, y cuan grande que fué el enojo que recibió Don Quijote, oyendo las descompuestas palabras de su escudero! Digo que fué tanto, que con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo fuego por los ojos, dijo: — O bellaco villano, mal mirado, descompuesto é ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente, ¿tales palabras has osado decir en mi presencia y en la destas ínclitas señoras, y tales deshonestidades y atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginacion? Vete de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe á las reales personas, vete, no parezcas delante de mí, so pena de mi ira: y diciendo esto enarcó las cejas, hinchó los carrillos, miró á todas partes, y dió con el pié derecho una gran patada en el suelo, señales todas de la ira que encerraba en sus entrañas: á cuyas palabras y furibundos ademanes, quedó Sancho tan encogido y medroso, que se holgara que en aquel instante se abriera debajo de sus piás la tierra y le tragara: y no supo que hacerse, sino volver las espaldas y quitarse de la enojada presencia de su señor. Pero la discreta Dorotea, que tan entendido tenia ya el humor de Don Quijote, dijo para templarle la ira: —No os despechéis, señor caballero de la Triste Figura, de las sandeces que vuestro buen escudero ha dicho, porque quizá no las debe decir sin ocasion, ni de su buen entendimiento y cristiana conciencia se puede sospechar, que levante testimonio á nadie: y así se ha de creer, sin poner duda en ello, que como en este castillo, segun vos, señor caballero, decis, todas las cosas van y suceden por modo de encantamento, podria ser, digo, que Sancho hubiese visto por esta diabólica via, lo que él dice que vió tan en ofensa de mi honestidad. — Por el Om-