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CAPÍTULO XLVI.

de Ios valientes della, quiso llevarle al cabo, y dar á todo felice suceso, porque los criados se contentaron de cuanto Don Luis queria, de que recibió tanto contento Doña Clara, que ninguno en aquella sazon la mirara al rostro, que no conociera el regocijo de su alma. Zorayda, aunque no entendia bien todos los sucesos que habia visto, se entristecia y alegraba á bulto, conforme veia y notaba los semblantes á cada uno, especialmente de su español, en quien tenia siempre puestos los ojos, y traia colgada el alma. El ventero, á quien se le pasó por alto la dádiva y recompensa que el Cura habia hecho al barbero, pidió el escote de Don Quijote con el menoscabo de sus cueros y falta de vino, jurando que no saldria de la venta Rocinante, ni el jumento de Sancho, sin que se le pagase primero hasta el último ardite. Todo lo apaciguó el Cura, y lo pagó Don Fernando, puesto que el Oidor de muy buena voluntad habia tambien ofrecido la paga, y de tal manera quedaron todos en paz y sosiego, que ya no parecia la venta la discordia del campo de Agramante, como Don Quijote habia dicho, sino la misma paz y quietud del tiempo de Otaviano: de todo lo cual fué comun opinion, que se debian dar las gracias á la buena intencion y mucha elocuencia del señor Cura, y á la incomparable liberalidad de Don Fernando. Viéndose, pues, Don Quijote libre y desembarazado de tantas pendencias, así de su escudero como suyas, le pareció que seria bien seguir su comenzado viage, y dar fin á aquella grande aventura para que habia sido llamado y escogido: y así con resoluta determinacion, se fué á poner de hinojos ante Dorotea, la cual no le consintió que hablase palabra hasta que se levantase, y él por obedecella se puso en pié, y le dijo: —Es común proverbio, fermosa señora, que la diligencia es madre de la buena ventura, y en muchas y graves cosas ha mostrado la esperiencia que la solicitud del negociante trae á buen fin el pleito dudoso; pero en ningunas cosas se muestra mas esta verdad que en las de la guerra, adonde la celeridad y presteza previene los discursos del enemigo, y alcanza la vitoria antes que el contrarío se ponga en defensa: todo esto digo, alta y preciosa señora, porque me parece, que la estada nuestra en este castillo ya es sin provecho, y podria sernos de tanto daño, que lo echásemos de ver algun dia: porque ¿quién sabe si por ocultas espías y diligentes habrá sabido ya vuestro enemigo el gigante, de que yo voy á destruille, y dándole lugar el tiempo, se fortificase en algun inespugnable castillo ó fortaleza, contra quien valiesen poco mis diligencias y la fuerza de mi incansable brazo? Así que, se-