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DON QUIJOTE.

yo la tenga, poco hará al caso que él esté en el otro mundo, que de allí le sacaré á pesar del mismo mundo que lo contradiga, ó por lo menos, os daré tal venganza de los que allá le hubieren enviado, que quedeis mas que medianamente satisfechas: y sin decir mas se fué á poner de hinojos ante Dorotea, pidiéndole con palabras caballerescas y andantescas, que la su grandeza fuese servida de darle licencia de acorrer y socorrer al castellano de aquel castillo, que estalla puesto en una grave mengua. La princesa se la dió de buen talante, y él luego, embrazando su adarga, y poniendo mano á su espada, acudió á la puerta de la venta, adonde aun todavia traian los dos huéspedes á mal traer al ventero; pero así como llegó, embazó y se estuvo quedo, aunque Maritórnes y la ventera le decian, que en qué se detenia, que socorriese á su señor y marido. Deténgome, dijo Don Quijote, porque no me es lícito poner mano á la espada contra gente escuderil; pero llamadme aquí á mi escudero Sancho, que á él toca y atañe esta defensa y venganza. Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puñadas y mogicones muy en su punto, todo en daño del ventero y en rabia de Maritórnes, la ventera y su hija, que se desesperaban de ver la cobardía de Don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido, señor y padre. Pero dejémosle aquí, que no faltará quien le socorra, ó si no sufra y calle el que se atreve á mas de á lo que sus fuerzas le prometen, y volvámonos atrás cincuenta pasos á ver qué fué lo que Don Luis respondió al Oidor, que le dejamos aparte, preguntándole la causa de su venida á pié y de tan vil trage vestido: á lo cual el mozo, asiéndole fuertemente de las manos, como en señal de que algun gran dolor le apretaba el corazón, y derramando lágrimas en grande abundancia, le dijo: Señor mio, yo no sé deciros otra cosa, sino que desde el punto que quiso el cielo, y facilitó nuestra vecindad, que yo viese á mi señora Doña Clara, hija vuestra y señora mia, desde aquel instante la hice dueño de mi voluntad: y si la vuestra, verdadero señor y padre mio, no lo impide, en este mesmo dia ha de ser mi esposa. Por ella dejé la casa de mi padre, y por ella me puse en este trage, para seguirla donde quiera que fuese, como la saeta al blanco, ó como el marinero al norte. Ella no sabe de mis deseos mas de lo que ha podido entender de algunas veces, que desde lejos ha visto llorar mis ojos. Ya, señor, sabeis la riqueza y la nobleza de mis padres, y como yo soy su único heredero: si os parece que estas son partes para que os aventureis á hacerme en todo venturoso, recebidme luego por vuestro hijo, que