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CAPÍTULO XLIV.

sotros para hacer á lo que venimos, y lo que somos obligados. —Sepamos que es esto de raiz, dijo á este tiempo el Oidor; pero el hombre que le conoció, como vecino de su casa, respondió: ¿No conoce vuestra merced, señor Oidor, á este caballero, que es el hijo de su vecino, el cual se ha ausentado de casa de su padre, en el hábito tan indecente á su calidad, como vuestra merced puede ver? Miróle entonces el Oidor mas atentamente y conocióle, y abrazándole, dijo: ¿Qué niñerías son estas, señor Don Luis, ó qué causas tan poderosas, que os hayan movido á venir desta manera, y en este trage que dice tan mal con la calidad vuestra? Al mozo se le vinieron las lágrimas á los ojos, y no pudo responder palabra al Oidor, el cual dijo á los cuatro, que se sosegasen, que todo se haria bien, y tomando por la mano á Don Luis le apartó á una parte, y le preguntó qué venida habia sido aquella. Y en tanto que le hacia esta y otras preguntas, oyeron grandes voces á la puerta de la venta, y era la causa dellas, que dos huéspedes que aquella noche habian alojado en ella, viendo á toda la gente ocupada en saber lo que los cuatro buscaban, habian intentado á irse sin pagar lo que debian; mas el ventero, que atendia mas á su negocio que á los agenos, les asió al salir de la puerta, y pidió su paga, y les afeó su mala intencion con tales palabras, que les movió á que le respondiesen con los puños: y así le comenzaron á dar tal mano, que el pobre ventero tuvo necesidad de dar voces y pedir socorro. La ventera y su hija no vieron otro mas desocupado para poder socorrerle, que á Don Quijote, á quien la hija de la ventera, dijo: Socorroa vuestra merced, señor caballero, por la virtud que Dios le dió, á mi pobre padre, que dos malos hombres le están moliendo como á cibera. A lo cual respondió Don Quijote muy de espacio y con mucha flema: Fermosa doncella, no ha lugar por ahora vuestra peticion, porque estoy impedido de entremeterme en otra aventura, en tanto que no diere cima á una en que mi palabra me ha puesto; mas lo que yo podré hacer por serviros, es lo que ahora diré: corred y decid á vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningun modo, en tanto que yo pido licencia á la princesa Micomicona, para poder socorrerle en su cuita, que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré de ella. —¡Pecadora de mí! dijo á esto Maritórnes, que estaba delante: primero que vuestra merced alcance esa licencia que dice, será ya mi señor en el otro mundo. —Dadme vos, señora, que yo alcance la licencia que digo, respondió Don Quijote, que como