Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha.djvu/528

Esta página ha sido corregida
366
DON QUIJOTE.

CAPÍTULO XLIV.

Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta.


E

n efeto, fueron tantas las voces que Don Quijote dió, que abriendo de presto las puertas de la venta, salió el ventero despavorido á ver quien tales gritos daba, y los que estaban fuera, hicieron lo mesmo. Maritórnes, que ya habia despertado á las mismas voces, imaginando lo que podia ser, se fué al pajar y desató sin que nadie lo viese el cabestro que á Don Quijote sostenia, y él dió luego en el suelo á vista del ventero y de los caminantes, que llegándose á él, le preguntaron qué tenia, que tales voces daba. Él sin responder palabra, se quitó el cordel de la muñeca, y levantándose en pié, subió sobre Rocinante, embrazó su adarga, enristró su lanzon, y tomando buena parte del campo, volvió á medio galope, diciendo: Cualquiera que dijere, que yo he sido con justo título encantado, como mi señora la princesa Micomicona me dé licencia para ello, yo le desmiento, le reto y desafio á singular batalla. Admirados se quedaron los nuevos caminantes de las palabras de Don Quijote; pero el ventero les quitó de aquella admiracion, diciéndoles que era Don Quijote, y que no habia que hacer caso dél, porque estaba fuera de juicio. Preguntáronle al ventero, si acaso habia llegado á aquella venta un muchacho de hasta edad de quince años, que venia vestido como mozo de mulas, de tales y tales señas, dando las mesmas que traia el amante de Doña Clara. El ventero respondió, que habia tanta gente en la venta, que no habia echado de ver en el que preguntaban; pero habiendo visto uno dellos el coche donde habia venido el oidor, dijo: Aquí debe de estar sin duda, porque este es el coche que él dicen que sigue: quédese uno de nosotros á la puerta, y entren los demas á buscarle, y aun seria bien, que uno de nosotros rodease, toda la venta, porque no se fuese por las bardas de los corrales. Así se hará, respondió uno dellos, y entrándose los dos dentro, uno se quedó á la puerta y el otro se fué á rodear la venta: todo lo cual veia el ventero, y no sabia atinar para qué se hacian aquellas dili-