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CAPÍTULO XLIII.

Es pues el caso, que en toda la venta no habia ventana que saliese al campo, sino un agujero de un pajar por donde echaban la paja por defuera. A este agujero se pusieron las dos semidoncellas, y vieron que Don Quijote estaba á caballo, recostado sobre su lanzon, dando de cuando en cuando tan dolientes y profundos suspiros, que parecia que con cada uno se le arrancaba el alma: y asimesmo oyeron que decia con voz blanda, regalada y amorosa: ¡O mi señora Dulcinea del Toboso! estremo de toda hermosura, fin y remate de la discrecion, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y ultimadamente idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo, ¿y qué fará agora la tu merced? ¿Si tendrás por ventura las mientes en tu cautivo caballero, que á tantos peligros, por solo servirte, de su voluntad ha querido ponerse? Dame tú nuevas della, ó luminaria de las tres caras[1], quizá con envidia de la suya la estás ahora mirando, que, ó paseándose por alguna galería de sus suntuosos palacios, ó ya puesta de pechos sobre algun balcon, está considerando, como, salva su honestidad y grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuitado corazon padece, que gloria ha de dar á mis penas, que sosiego á mi cuidado, y finalmente, que vida á muerte y que premio á mis servicios. Y tú, sol, que ya debes estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir á ver á mi señora, así como la veas, suplicóte que de mi parte la saludes; pero guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que tendré mas zelos de tí, que tú los tu vistes de aquella ligera ingrata, que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, ó por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por donde corriste entonces, zeloso y enamorado[2]. A este punto llegaba entonces Don Quijote en su tan lastimero razonamiento, cuando la hija de la ventera le comenzó á cecear y á decirle: Señor mió, llegúese acá la vuestra merced, si es servido.

A cuyas señas y voz volvió Don Quijote la cabeza, y vio á la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, como le llamaban del agujero, que á él le pareció ventana, y aun con rejas doradas como conviene que las tengan tan ricos castillos, como él se imaginaba que era aquella venta: y luego en el instante se le repre-

  1. La luna, ó la diosa Diana, como dijo Virgilio:
    Tria virginis era Diana.

    (Æneid. lib. 4, r. 511.)

  2. Esta ingrata fué Dafne, que huia de Apolo, que es el soI, por las riberas del Peneo. el mejor rio de Tesalia como dice Plinio. [Hist. Iib. 4, cap. 8.]