Es pues el caso, que en toda la venta no habia ventana que saliese al campo, sino un agujero de un pajar por donde echaban la paja por defuera. A este agujero se pusieron las dos semidoncellas, y vieron que Don Quijote estaba á caballo, recostado sobre su lanzon, dando de cuando en cuando tan dolientes y profundos suspiros, que parecia que con cada uno se le arrancaba el alma: y asimesmo oyeron que decia con voz blanda, regalada y amorosa: ¡O mi señora Dulcinea del Toboso! estremo de toda hermosura, fin y remate de la discrecion, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y ultimadamente idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo, ¿y qué fará agora la tu merced? ¿Si tendrás por ventura las mientes en tu cautivo caballero, que á tantos peligros, por solo servirte, de su voluntad ha querido ponerse? Dame tú nuevas della, ó luminaria de las tres caras[1], quizá con envidia de la suya la estás ahora mirando, que, ó paseándose por alguna galería de sus suntuosos palacios, ó ya puesta de pechos sobre algun balcon, está considerando, como, salva su honestidad y grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuitado corazon padece, que gloria ha de dar á mis penas, que sosiego á mi cuidado, y finalmente, que vida á muerte y que premio á mis servicios. Y tú, sol, que ya debes estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir á ver á mi señora, así como la veas, suplicóte que de mi parte la saludes; pero guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que tendré mas zelos de tí, que tú los tu vistes de aquella ligera ingrata, que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, ó por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por donde corriste entonces, zeloso y enamorado[2]. A este punto llegaba entonces Don Quijote en su tan lastimero razonamiento, cuando la hija de la ventera le comenzó á cecear y á decirle: Señor mió, llegúese acá la vuestra merced, si es servido.
A cuyas señas y voz volvió Don Quijote la cabeza, y vio á la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, como le llamaban del agujero, que á él le pareció ventana, y aun con rejas doradas como conviene que las tengan tan ricos castillos, como él se imaginaba que era aquella venta: y luego en el instante se le repre-