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CAPÍTULO XLIII.

Amorosas porfias
Tal vez alcanzan imposibles cosas,
Y ansí, aunque con las mias
Sigo de amor las mas dificultosas,
No por eso recelo
De no alcanzar desde la tierra el cielo.

Aquí dio fin la voz, y principió á nuevos sollozos Clara. Todo lo cual encendia el deseo de Dorotea, que deseaba saber la causa de tan suave canto y de tan triste lloro, y así le volvió á preguntar, qué era lo que le queria decir denantes. Entonces Clara, temerosa de que Luscinda no la oyese, abrazando estrechamente á Dorotea, puso su boca tan junto del oido de Dorotea, que seguramente podia hablar sin ser de otro sentida, y así le dijo: Este que canta, señora mia, es un hijo de un caballero, natural del reino de Aragon, señor de dos Lugares, el cual vivia frontero de la casa de mi padre en la corte, y aunque mi padre tenia las ventanas de su casa con lienzos en el invierno y celosías en el verano, yo no sé lo que fué, ni lo que no, que este caballero que andaba al estudio, me vió, ni sé si en la iglesia, ó en otra parte: finalmente él se enamoró de mí, y me lo dió á entender desde las ventanas de su casa, con tantas señas y con tantas lágrimas, que yo le hube de creer y aun querer, sin saber lo que me queria. Entre las señas que me hacia, era una de juntarse la una mano con la otra, dándome á entender que se casaria conmigo, y aunque yo me holgaria mucho de que ansí fuera, como sola y sin madre no sabia con quien comunicallo, y así lo dejé estar sin dalle otro favor, sino era cuando estaba mi padre fuera de casa y el suyo tambien, alzar un poco el lienzo, ó la celosía, y dejarme ver toda, de lo que él hacia tanta fiesta, que daba señales de volverse loco. Llegóse en esto el tiempo de la partida de mi padre, la cual él supo, y no de mí, pues nunca pude decírselo. Cayó malo, á lo que yo entiendo, de pesadumbre, y así el día que nos partimos, nunca pude verle para despedirme dél, siquiera con los ojos; pero acabo de dos dias que caminábamos, al entrar de una posada, en un lugar una jornada de aquí, le vi á la puerta del meson puesto en hábito de mozo de mulas, tan al natural, que si yo no le trujera tan retratado en mi alma, fuera imposible conocelle. Conocíle, admíreme y alégreme: él me miró á hurto de mi padre, de quien él siempre se esconde, cuando atraviesa por delante de mí en los caminos y en las posadas do llegamos: y como yo sé quien es, y considero que por amor de mí viene á pié