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DON QUIJOTE.

cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomó un temblor tan estraño, como si de algun grave accidente de cuartana estuviera enferma, y abrazándose estrechamente con Dorotea, le dijo: ¡Ay, señora de mi alma y de mi vida! ¿para qué me despertastes? que el mayor bien que la fortuna me podia hacer por ahora, era tenerme cerrados los ojos y los oidos, para no ver ni oir á ese desdichado músico. —¿Qué es lo que dices, niña? mira que dicen, que el que canta es un mozo de mulas. —No es sino Señor de Lugares, respondió Clara, y el que él tiene en mi alma, con tanta seguridad le tiene, que si él no quiere dejalle, no le será quitado eternamente. Admirada quedó Dorotea de las sentidas razones de la muchacha, pareciéndole que se aventajaban en mucho á la discrecion que sus pocos años prometian, y así le dijo: Hablais de modo, señora Clara, que no puedo entenderos, declaraos mas y decidme ¿qué es lo que decis de alma y de Lugares, y deste músico cuya voz tan inquieta os tiene? Pero no me digáis nada por ahora, que no quiero perder, por acudir á vuestro sobresalto, el gusto que recibo de oir al que canta, que me parece que con nuevos versos y nuevo tono, torna á su canto. —Sea en buena hora, respondió Clara, y por no oille, se tapó con las manos entrambos oidos, de lo que también se admiró Dorotea: la cual estando atenta á lo que se cantaba, vio que proseguian en esta manera:

Dulce esperanza mia,
Que rompiendo imposibles y malezas,
Sigues firme la via,
Que tú mesma te finges y aderezas,
No te desmaye el verte
A cada paso junto al de tu muerte.

No alcanzan perezosos
Honrados triunfos, ni vitoria alguna,
Ni pueden ser dichosos
Los que no contrastando á la fortuna,
Entregan desvalidos
Al ocio blando todos los sentidos.

Que amor sus glorias venda
Caras, es gran razon, y es trato justo,
Pues no hay mas rica prenda,
Que la que se quilata por su gusto,
Y es cosa manifiesta,
Que no es de estima lo que poco cuesta.