dos que con él venian, cómo se llamaba, y si sabia de que tierra era. —El criado le respondió, que se llamaba el licenciado Juan Pérez de Viedma, y que habia oido decir, que era de un lugar de las montañas de Leon. Con esta relacion y con lo que él habia visto, se acabó de confirmar de que aquel era su hermano, que habia seguido las letras por consejo de su padre: y alborotado y contento, llamando aparte á Don Fernando, á Cardenio y al Cura, les contó lo que pasaba, certificándoles, que aquel oidor era su hermano. Habiale dicho también el criado, como iba proveido por oidor á las Indias en la audiencia de México: supo tambien, como aquella doncella era su hija, de cuyo parto habia muerto su madre, y que él habia quedado muy rico con el dote, que con la hija se le quedó en casa. Pidióles consejo, qué modo tendria para descubrirse, o para conocer primero, sí despues de descubierto, su hermano por verle pobre se afrentaba, ó le recebia con buenas entrañas. —Déjeseme á mí el hacer esa esperíencía, dijo el Cura, cuanto mas que no hay pensar sino que vos, señor capitan, sereis muy bien recebido, porque el valor y prudencia, que en su buen parecer descubre vuestro hermano, no da indicios de ser arrogante ni desconocido, ni que no ha de saber poner los casos de la fortuna en su punto. —Con todo eso, dijo el capitan, yo querria no de improviso sino por rodeos, dármele á conocer. —Ya os digo, respondió el Cura, que yo lo trazaré de modo que todos quedemos satisfechos. Ya en esto estaba aderezada la cena, y todos se sentaron á la mesa, eceto el cautivo y las señoras, que cenaron de por sí en su aposento. En la mitad de la cena dijo el Cura: Del mesmo nombre de vuestra merced, señor oidor, tuve yo una camarada en Constantinopla, donde estuve cautivo algunos años, la cual camarada, era uno de los valientes soldados y capitanes que habia en toda la infantería española; pero tanto cuanto tenia de esforzado y valeroso, tenia de desdichado. —¿Y cómo se llamaba ese capitan, señor mio? preguntó el oidor. —Llamábase, respondió el Cura, Rui Pérez de Viedma, y era natural de un lugar de las montañas de Leon, el cual me contó un caso que á su padre con sus hermanos le habia sucedido, que á no contármelo un hombre tan verdadero como él, lo tuviera por conseja de aquellas que las viejas cuentan el invierno al fuego, porque me dijo que su padre había dividido su hacienda entre tres hijos que tenia, y les habia dado ciertos consejos mejores que los de Caton: y sé yo decir, que el que él escogió de venir á la guerra, le habia sucedido tan bien, que en pocos años por su valor y esfuerzo, sin otro brazo
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CAPÍTULO XLII.