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DON QUIJOTE.

do habia dicho. Traia de la mano á una doncella, al parecer de hasta diez y seis años, vestida de camino, tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda, que á todos puso en admiracion su vista: de suerte, que á no haber visto á Dorotea, y á Luscinda y Zorayda, que en la venta estaban, creyeran que otra tal hermosura como la desta doncella, dificilmente pudiera hallarse. Hallóse Don Quijote al entrar del oidor y de la doncella, y así como le vio, dijo: Seguramente puede vuestra merced entrar y espaciarse en este castillo, que aunque es estrecho y mal acomodado, no hay estrecheza, ni incomodidad en el mundo, que no dé lugar á las armas y á las letras, y mas si las armas y letras traen por guia y adalid á la fermosura, como la traen las letras de vuestra merced en esta fermosa doncella, á quien deben no solo abrirse y manifestarse los castillos, sino apartarse los riscos, y dividirse y abajarse las montañas para dalle acogida. Entre vuestra merced, digo, en este paraiso, que aquí hallará estrellas y soles que acompañen el cielo que vuestra merced trae consigo: aquí hallará las armas en su punto, y la hermosura en su estremo. Admirado quedó el oidor del razonamiento de Don Quijote, á quien se puso á mirar muy de propósito, y no menos le admiraba su talle que sus palabras, y sin hallar ningunas con que respondelle, se tornó á admirar de nuevo, cuando vió delante de sí á Luscinda, Dorotea y á Zorayda, que á las nuevas de los nuevos huéspedes, y á las que la ventera les habia dado de la hermosura de la doncella, habian venido á verla y á recebirla; pero Don Fernando, Cardenio y el Cura, le hicieron mas llanos y mas cortesanos ofrecimientos. En efecto, el señor oidor entró confuso, así de lo que veia, como de lo que escuchaba, y las hermosas de la venta dieron la bien llegada á la hermosa doncella. En resolucion, bien echó de ver el oidor que era gente principal toda la que allí estaba; pero el talle, visage y la postura de Don Quijote le desatinaba: y habiendo pasado entre todos corteses ofrecimientos, y tanteado la comodidad de la venta, se ordenó lo que antes estaba ordenado, que todas las mugeres se entrasen en el camaranchon ya referido, y que los hombres se quedasen fuera, como en su guarda: y así fué contento el oidor que su hija, que era la doncella, se fuese con aquellas señoras, lo que ella hizo de muy buena gana: y con parte de la estrecha cama del ventero, y con la mitad de la que el oidor traia, se acomodaron aquella noche mejor de lo que pensaban. El cautivo, que desde el punto que vio al oidor, le dio saltos el corazón y barruntos de que aquel era su hermano, preguntó á uno de los cria-