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CAPÍTULO XLI.
jamas se vé harta su codicia, la cual entonces llegó á tanto, que aun hasta los vestidos de cautivos nos quitaran, si de algun provecho les fueran: y hubo parecer entre ellos, de que á todos nos arrojasen á la mar envueltos en una vela, porque tenian intencion de tratar en algunos puertos de España, con nombre de que eran bretones, y si nos llevaban vivos serian castigados, siendo descubierto su hurto; mas el capitan, que era el que habia despojado á mi querida Zorayda, dijo que él se contentaba con la presa que tenia, y que no queria tocar en ningún puerto de España, sino pasar el estrecho de Gibraltar de noche, ó como pudiese, y irse á la Rochela, de donde habia salido, y así tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su navío, y todo lo necesario para la corta navegacion que nos quedaba, como lo hicieron otro día ya á vista de tierra de España, con la cual vista todas nuestras pesadumbres y pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si no hubieran pasado por nosotros: tanto es el gusto de alcanzar la libertad perdida. Cerca de medio dia podria ser, cuando nos echaron en la barca, dándonos dos barriles de agua y algun bizcocho, y el capitan movido no sé de qué misericordia, al embarcarse la hermosísima Zorayda, le dió hasta cuarenta escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos mesmos vestidos que ahora tiene puestos. Entramos en el bajel, dímosle las gracias por el bien que nos hacian, mostrándonos mas agradecidos que quejosos: ellos se hicieron á lo largo siguiendo la derrota del estrecho, nosotros sin mirar á otro norte que á la tierra que se nos mostraba delante, nos dimos tanta priesa á bogar, que al poner del sol estábamos tan cerca, que bien pudiéramos, á nuestro parecer, llegar antes que fuera muy de noche, pero por no parecer en aquella noche la luna, y el cielo mostrarse escuro, y por ignorar el parage en que estábamos, no nos pareció cosa segura embestir en tierra, como á muchos de nosotros les parecia, diciendo que diésemos en ella, aunque fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así asegurariamos el temor que de razon se debia tener, que por allí anduviesen bajeles de cosarios de Tetuan, los cuales anochecen en Berbería y amanecen en las costas de España, y hacen de ordinario presa, y se vuelven á dormir á sus casas; pero de los contrarios pareceres, el que se tomó fué, que nos llegásemos poco á poco, y que si el sosiego del mar lo concediése, desembarcásemos donde pudiésemos. Hízose así, y poco antes de la media noche seria, cuando llegamos al pié de una disformísima y alta montaña, no tan junto al mar, que no conce-
TOMO I.
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