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DON QUIJOTE.

peligro alguno, y que luego podiamos ir por Zorayda. Pareciónos bien á todos lo que decia, y así sin deternos mas, haciendo él la guia, llegamos al bajel, y saltando él dentro primero, metió mano al alfange, y dijo en morisco: Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la vida. Ya á este tiempo habian entrado dentro casi todos los cristianos. Los moros que eran de poco ánimo, viendo hablar de aquella manera á su arraez, quedáronse espantados, y sin ninguno de todos ellos echar mano á las armas, que pocas ó casi ningunas tenian, se dejaron, sin hablar alguna palabra, maniatar de los cristianos, los cuales con mucha presteza lo hicieron, amenazando á los moros, que si alzaban por alguna via, ó manera la voz, que luego al punto los pasarian todos á cuchillo. Hecho ya esto, quedándose en guarda dellos la mitad de los nuestros, los que quedábamos, haciéndonos así mismo el renegado la guia, fuimos al jardin de Agimorato, y quiso la buena suerte, que llegando á abrir la puerta, se abrió con tanta facilidad como si cerrada no estuviera, y así con gran quietud y silencio, llegamos á la casa sin ser sentidos de nadie. Estaba la bellísima Zorayda aguardándonos á una ventana, á así como sintió gente, preguntó con voz baja, si éramos Nizarani, como si dijera ó preguntara, si éramos cristianos. Yo le respondí que sí, y que bajase. Cuando ella me conoció no se detuvo un punto, porque sin responderme palabra bajó en un instante, abrió la puerta, y mostróse á todos tan hermosa y ricamente vestida, que no lo acierto á encarecer. Luego que yo la vi, le tomé una mano, y la comencé á besar, y el renegado hizo lo mesmo y mis dos camaradas, y los demas que el caso no sabian, hicieron lo que vieron que nosotros haciamos, que no parecia sino que le dábamos las gracias, y la reconociamos por señora de nuestra libertad. El renegado le dijo en lengua morisca ¿si estaba su padre en el jardin? —Ella respondió que sí, y que dormía. —Pues será menester despertalle, replicó el renegado, y llevárnosle con nosotros, y todo aquello que tiene de valor en este hermoso jardin. —No, dijo ella, á mi padre no se le ha de tocar en ningun modo, y en esta casa no hay otra cosa que lo que yo llevo, que es tanto, que bien habrá para que todos quedeis ricos y contentos, y esperaos un poco y lo veréis. Y diciendo esto se volvió á entrar, diciendo que muy presto volveria, que nos estuviésemos quedos sin hacer ningun ruido. Pregúntele al renegado lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, á quien yo dije que en ninguna cosa se habia de hacer mas de lo que Zo-