nitarias, fundado hacia cuatro años en la calle del Humilladero, donde su hija Doña Isabel Saavedra, arrojada tal vez por el desamparo de la casa paterna, acababa de profesar. Es de suponer que se cumplieron los últimos deseos de Cervantes; pero en 1633, las monjas del Humilladero pasaron á otro convento nuevo de la calle de Cantaranas, y así se ignora el paradero de las cenizas de Cervantes, cuyo sitio no ha podido descubrirse por sepulcro, losa ó rótulo alguno.
Igual trascuerdo descaminó los dos retratos de Jáuregui y de Pacheco, y tan solo se ha conservado una copia hasta nuestros dias. Es del reinado de Felipe IV, la temporada esclarecida de la pintura española atribuyéndola unos á Alonso del Arco, otros á la escuela de Vicente Carducho, ó de Eugenio Cajes; pero sea de quien fuere, cuadra cabalmente con el retrato idéntico que rasgueó Cervantes de si mismo en el prólogo de sus Novelas. Supone que uno de sus amigos debia encabezar el libro con su retrato grabado, poniéndole al pié este rótulo: “Este que veis aquí de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros, el cuerpo entre dos estremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de piés; este digo que es el rostro del autor de la Galatea y Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viage del Parnaso.... y otras obras que andan por ahí descarriadas y quizá sin el nombre de su dueño: llámase comunmente Miguel de Cervantes Saavedra:” habla luego de su mano izquierda lisiada en Lepanto, y redondea así su retrato: “En fin, pues ya esta ocasion se pasó, y yo he quedado en blanco y sin figura, será forzoso valerme por mi pico, que aunque tartamudo, no lo será para decir verdades, que dichas por señas, suelen ser entendidas.”
A esto se reduce cuanto se ha logrado recoger acerca de la historia de aquel varon esclarecido, uno de aquellos que compraron con las desventuras de toda la vida los obsequios tardíos de una nombradía póstuma. Nacido de familia honrada, pero menesterosa; educado al pronto decorosamente; atenido luego á la servidumbre por su desamparo; page, ayuda de cámara, despues soldado; manco por la batalla de Lepanto; descollando en la toma de Túnez; cogido por un corsario berberisco; cautivo por cinco años en los baños de Argel; rescatado por la caridad pública, tras mil conatos infructuosos de ingenio y arrojo; soldado tambien en Portugal y en las Azores; prendado de una muger hidalga y menesterosa como él; reengolfado en las letras por aficion y por amores, y retraido luego por escaseces; galardonado por su númen y sus servicios con una gran plaza de dependiente de provisiones; tildado de retenedor de caudales públicos; encarcelado por curiales, y descargado por su inocencia; encarcelado de nuevo por campesinos desmandados; metido á poeta y á agente de negocios, afanado tras negocios agenos y comedias para ganarse la vida; sobresaliendo á los cincuenta y mas años con su verdadero destino; sin saber á qué Mecenas acudir para dedicarle sus obras; tropezando con la tibieza de un público que se digna reír, mas no justipreciarlo ni entenderlo; con émulos que le escarnecen y lo afrentan, y con amigos zelosos que lo traicionan; acosado por la necesidad hasta su vejez; olvidado de los mas, desconocido de todos, y falleciendo por fin solo y desamparado: tal fué la vida de Miguel de Cervantes Saavedra. A los dos siglos se cae en la cuenta de ir en pos de su cuna y de su huesa, de engalanar la última casa que habitó, con un medallon de mármol, de levantarle una estátua y de borrar el nombre de otro mas oscuro y afortunado, para estampar á la esquina de una calleja de Madrid el esclarecido nombre que está llenando el universo.