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CAPÍTULO XLI.

dicho, dije yo á su padre; mas pues ella dice que yo me vaya, no la quiero dar pesadumbre: quédate en paz, y con tu licencia volveré si fuere menester por yerbas á este jardin, que segun dice mi amo, en ninguno las hay mejores para ensalada que en él. Todas las que quisieres, podrás volver, respondió Agimorato, que mi hija no dice esto, porque tú, ni ninguno de los cristianos la enojaban, sino que por decir que los turcos se fuesen, dijo que tú te fueses, ó porque ya era hora de que buscases tus yerbas. Con esto me despedí al punto de entrambos, y ella arrancándosele el alma, al parecer, se fué con su padre, y yo con achaque de buscar las yerbas, rodeé muy bien y á mi placer todo el jardin: miré bien las entradas y salidas, y la fortaleza de la casa, y la comodidad que se podia ofrecer para facilitar todo nuestro negocio. Hecho esto me vine, y dí cuenta de cuanto habia pasado al renegado y á mis compañeros, y ya no veia la hora de verme gozar sin sobresalto del bien que en la hermosa y bella Zorayda la suerte me ofrecia. En fin, el tiempo se pasó, y se llegó el dia y plazo de nosotros tan deseado, y siguiendo todos el órden y parecer, que con discreta consideracion y largo discurso muchas veces habiamos dado, tuvimos el buen suceso que deseábamos, porque el viérnes que se siguió al dia que yo con Zorayda hablé en el jardin, el renegado al anochecer dió fondo con la barca casi frontero de donde la hermosísima Zorayda estaba. Ya los cristianos que hablan de bogar al remo, estaban prevenidos y escondidos por diversas partes de todos aquellos alrededores. Todos estaban suspensos y alborozados, aguardándome, deseosos ya de embestir con el bajel que á los ojos tenian, porque ellos no sabian el concierto del renegado, sino que pensaban que á fuerza de brazos habian de haber y ganar la libertad, quitando la vida á los moros que dentro de la barca estaban. Sucedió pues, que así como yo me mostré y mis compañeros, todos los demas escondidos que nos vieron se vinieron llegando á nosotros.

Esto ya á tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campaña ninguna persona parecia. Como estuvimos juntos, dudamos si seria mejor, ir primero por Zorayda, ó rendir primero á los moros tagarinos, que bogaban el remo en la barca: y estando en esta duda, llegó á nosotros nuestro renegado, diciéndonos que en qué nos deteniamos, que ya era hora, y que todos sus moros estaban descuidados, y los mas de ellos durmiendo. Dígímosle en lo que reparábamos, y él dijo, que lo que mas importaba era rendir primero el bajel, que se podia hacer con grandísima facilidad y sin

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