estimaba, pues habia dado por mí mil y quinientos zoltamis: á lo cual ella respondió: En verdad que si tú fueras de mi padre, que yo hiciera, que no te diera él por otros dos tantos, porque vosotros cristianos, siempre mentis en cuanto decis, y os haceis pobres por engañar á los moros. —Bien podria ser eso, señora le respondí, mas en verdad que yo la he tratado con mi amo, y la trato, y la trataré con cuantas personas hay en el mundo. —¿Y cuándo te vas? dijo Zorayda. —Mañana, creo yo, dije, porque está aquí un bajel de Francia, que se hace mañana á la vela, y pienso irme con él. —¿No es mejor, replicó Zorayda, esperar á que vengan bajeles de España, y irte con ellos, que no con los de Francia, que no son vuestros amigos? —No, respondí yo, aunque si como hay nuevas que viene ya un bajel de España, es verdad, todavía yo le aguardaré, puesto que es mas cierto el partirme mañana, porque el deseo que tengo de verme en mi tierra, y con las personas que bien quiero, es tanto que no me dejará esperar otra comodidad, si se tarda, por mejor que sea. —¿Debes de ser sin duda casado en tu tierra, dijo Zorayda, y por eso deseas ir á verte con tu muger. — No soy, respondí yo, casado, mas tengo dada la palabra de casarme en llegando allá. —¿Y es hermosa la dama á quien se la diste? dijo Zorayda. —Tan hermosa es, respondí yo, que para encarecella y decirte la verdad, se parece á tí mucho. Desto se rió muy de veras su padre, y dijo: Guala[1] cristiano, que debe ser muy hermosa, si se parece á mi hija, que es la mas hermosa de todo este reino: si no mírala bien, y verás como te digo verdad. Servíanos de intérprete á las mas destas palabras y razones el padre de Zorayda como mas ladino[2], que aunque ella hablaba la bastarda lengua, que como he dicho, allí se usa, mas declaraba su intencion por señas, que por palabras. Estando en estas y otras muchas razones, llegó un moro corriendo, y dijo á grandes voces, que por las bardas ó paredes del jardin habian saltado cuatro turcos, y andaban cogiendo la fruta, aunque no
estaba madura. Sobresaltóse el viejo, y lo mesmo hizo Zorayda, porque es comun y casi natural el miedo que los moros á los turcos tienen, especialmente á los soldados, los cuales son tan insolentes, y tienen tanto imperio sobre los moros que á ellos están sujetos, que los tratan peor que si fuesen esclavos suyos. Digo pues,