CAPÍTULO XL.
Donde se prosigue la historia del cautivo.
Almas dichosas, que del mortal velo
Libres y esentas por el bien que obrastes,
Desde la baja tierra os levantastes
A lo mas alto y lo mejor del cielo.
Y ardiendo en ira y en honroso zelo,
De los cuerpos la fuerza ejercitastes.
Que en propia y sangre agena colorastes
El mar vecino, y arenoso suelo.
Primero que el valor faltó la vida
En los cansados brazos, que muriendo,
Con ser vencidos, llevan la vitoria:
Y esta vuestra mortal, triste caída.
Entre el muro y el hierro os va adquiriendo
Fama, que el mundo os da, y el cielo gloria.
De esa mesma manera le sé yo, dijo el cautivo. Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo, dijo el caballero, dice asi:
De entre esta tierra estéril derribada,
Destos torreones por el suelo echados,
Las almas santas de tres mil soldados
Subieron vivas á mejor morada.
Siendo primero en vano ejercitada
La fuerza de sus brazos esforzados,
Hasta que al fin, de pocos y cansados.
Dieron la vida al filo de la espada.
Y este es el suelo, que continuo ha sido
De mil memorias lamentables lleno
En los pasados siglos y presentes: