te, de los Rios, de Arrieta y de Clemencin.
Cervantes, ya sesenton, seguia trabajando con todo el ahinco y el raudal de la mocedad, adelantando de pareja varias obras de mayor monta. En aquella dedicatoria tan gallarda y aseñorada que encaminaba por Octubre de 1615, con la segunda parte del Quijote, á su protector el conde de Lémos, le participaba el envio cercano de otra novela, su Pérsiles y Sigismunda. Habia igualmente ofrecido en otras ocasiones la segunda parte de la Galatea, y otras dos obras nuevas cuyo género se ignora, el Bernardo y las Semanas del Jardin. De las tres últimas no queda el menor rastro, y en cuanto al Pérsiles, lo dió á luz su viuda, en 1617. ¡Estrañeza singular! En la hora y punto que Cervantes acababa de rematar á saetazos chanceros y matadores las novelas caballerescas, con la misma pluma esterminadora estaba borroneando otra novela casi tan desatinada como las trastornadoras del magin de su hidalgo. Rasgueaba al mismo tiempo censura y apología, remedando á los mismos que vituperaba, y pecando por los propios deslices. ¡Mayor estrañeza todavia! Para este aborto estaba reservando sus raptos cariñosos; al modo de los padres cuya ceguedad enamorada antepone un fruto enfermizo de la ancianidad á sus primogénitos forzudos, pues hablando comedida y casi cortadamente del Quijote, allá estaba anunciando engreidamente al orbe el portento del Pérsiles. La novela de Pérsiles, que ni admite parangon, ni cabe en clase alguna, es una sarta de episodios zurcidos, de aventuras descabelladas, de encuentros inauditos, de monstruosidades inverosímiles, de índoles inapeables y de afectos acicalados. Cervantes, retratista puntual y atinado de la naturaleza física y moral, acertó en arrinconar el suceso allá por las regiones hiperbóreas, puesto que viene á ser aquel un mundo soñado, ageno del que estaba presenciando. Por lo demas, al tropezar con aquel desenfreno de un talento sumo, cuyo ámbito abarca dramas á docenas y cuentos á centenares, asombra mas y mas una fantasía, casi septuagenaria, tan rebosante y fecunda todavia como la del Ariosto; pasma y embarga aquella pluma, siempre airosa, elegante y arrojada, engalanando las monstruosidades del contenido con los arreos vistosos del lenguage. Hay mas esmero y aliño en el Pérsiles que en el Quijote; pues á trechos asoma como dechado cabal de estilo, y es quizás el libro mas clásico de España. Viene á ser un alcázar de mármol y de cedro, sin arreglo, sin proporciones y sin configuracion, y reduciéndose á un cúmulo de preciosidades revueltas, en vez de ofrecer un cuerpo de arquitectura. Al presenciar el asunto del libro, el nombre del autor, la preferencia que le daba á todas sus obras, y las prendas esclarecidas que tan desatinadamente ha desperdiciado en él, hay fundamento para afirmar que el Pérsiles es uno de los yerros mas reparables del entendimiento humano.
No cupo á Cervantes disfrutar de la aceptacion que se estaba ya prometiendo de este postrer parto de su pluma, de aquel Benjamin de los hijos de su ingenio. Siempre desdichado, tampoco le cupo el columbrar la inmensa nombradía que le estaba reservando la posteridad. Al dar á luz, á fines de 1615, la segunda parte del Quijote, se hallaba ya adoleciendo de la enfermedad que lo acabó luego. Con la esperanza de lograr al entrar la primavera, algun alivio con el ambiente del campo, salió el 2 de Abril inmediato para el pueblo de Esquivias, donde vivia la parentela de su muger; mas empeorándose á los pocos dias, tuvo que volverse á Madrid en compañía y al cuidado de dos amigos. Al regreso de Esquivias le sucedió una aventura, de que hizo caudal para llenar su prologuillo del Pérsiles, y por la cual nos consta la única relacion tal cual circunstanciada que tenemos de su dolencia.
“Sucedió pues, lector amantísimo, que viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linages, y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que á mis espaldas venia picando con gran priesa uno que al parecer traia deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venia vestido de pardo, antiparras, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales: verdad es no traía mas de dos, porque se le venia á un lado la valona por momentos, y él traia sumo trabajo y cuenta de enderezarla. Llegando á nosotros dijo:—¿Vuestras mercedes van á alcanzar algun oficio ó prebenda á la corte, pues allá está su ilustrísima de Toledo y su magestad, ni mas ni menos, según la priesa con que caminan, que en verdad que á mi burra se le ha cantado el víctor de caminante mas de una vez? A lo que respondió uno de mis compañeros:—El rocin del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa de esto, porque es algo que pasilargo. Apenas hubo oido el estudiante el nombre de Cervantes, cuando apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cogin y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió á mi y acudiendo á asirme de la mano izquierda, dijo:—Sí, sí, este es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, finalmente, el regocijo