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DON QUIJOTE.

fué para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, en aquel dia, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada, entre tantos venturosos, como allí hubo (porque mas ventura tuvieron los cristianos que allí murieron, que los que vivos y vencedores quedaron) yo solo fuí el desdichado, pues en cambio de que pudiera esperar, si fuera en los romanos siglos alguna naval corona, me ví aquella noche que siguió á tan famoso dia, con cadenas á los piés y esposas á las manos, y fué desta suerte: que habiendo el Ucháli, rey de Argel, atrevido y venturoso cosario, embestido y rendido la capitana de Malta, que solos tres caballeros quedaron vivos en ella, y estos mal heridos, acudió la capitana de Juan Andrea á socorrella, en la cual yo iba con mi compañía, y haciendo lo que debia en ocasion semejante, salté en la galera contraria, la cual desviándose de la que la habia embestido, estorbó que mis soldados me siguiesen, y así me hallé solo entre mis enemigos, á quien no pude resistir por ser tantos: en fin, me rindieron lleno de heridas, y como ya habeis, señores, oido decir que el Ucháli se salvó con toda su escuadra, vine yo á quedar cautivo en su poder, y solo fuí el triste entre tantos alegres, y el cautivo entre tantos libres; porque fueron quince mil cristianos los que aquel dia alcanzaron la deseada libertad, que todos venian al remo en la turquesca armada. Lleváronme á Constantinopla, donde el gran turco Selin hizo general de la mar á mi amo, porque habia hecho su deber en la batalla, habiendo llevado por muestra de su valor el estandarte de la religion de Malta. Halléme el segundo año, que fué el de setenta y dos, en Navarino, bogando en la capitana de los tres fanales. Ví y noté la ocasion que allí se perdió de no coger en el puerto toda el armada turquesca, porque todos los leventes[1] y genízaros que en ella venian, tuvieron por cierto que les habian de embestir dentro del mesmo puerto, y tenian á punto su ropa y pasamaques, que son su zapatos, para huirse luego por tierra, sin esperar ser combatidos: tanto era el miedo que habian cobrado á nuestra armada; pero el cielo lo ordenó de otra manera, no por culpa, ni descuido del general que á los nuestros regia, sino por los pecados de la cristiandad, y

porque quiere y permite Dios, que tengamos siempre verdugos que

  1. El P. Haedo [cap. 21 fol 16 v.] dice que se llaman comunmente levantes ó leventes Ios de mar ó los soldados cosarios que van en las galeras de los moros.