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CAPÍTULO XXXIX.

mi padre le quedaron cuatro mil en dineros, y mas tres mil, que á lo que parece, valia la hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino quedarse con ella en raices. Digo, en fin, que nos despedimos dél y de aquel nuestro tio, que he dicho, no sin mucho sentimiento y lágrimas de todos, encargándonos que les hiciésemos saber todas las veces que hubiese comodidad para ello, de nuestros sucesos prósperos, ó adversos. Prometímoselo, y abrazándonos y echándonos su bendicion, el uno tomó el viage de Salamanca, el otro de Sevilla, y yo el de Alicante, adonde tuve nuevas que habia una nave ginovesa, que cargaba allí lana para Génova. Este hará veinte y dos años que salí de casa de mi padre, y en todos ellos, puesto que he escrito algunas cartas, no he sabido dél, ni de mis hermanos nueva alguna, y lo que en este discurso de tiempo he pasado, lo diré brevemente. Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viage á Génova, fuí desde allí á Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir á asentar mi plaza al Piamonte, y estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran duque de Alba pasaba á Flandes. Mudé propósito, fuíme con él, servíle en las jornadas que hizo, hálleme en la muerte de los condes de Eguemon, y de Hórnos, alcancé á ser alférez de un famoso capitan de Guadalajara llamado Diego de Urbina, y acabo de algun tiempo que llegué á Flandes, se tuvo nuevas de la liga que la santidad del papa Pio Quinto de felice recordacion, habia hecho con Venecia y con España contra el enemigo comun, que es el turco, el cual en aquel mesmo tiempo habia ganado con su armada la famosa isla de Chipre, que estaba debajo del dominio de venecianos: pérdida lamentable y desdichada. Súpose cierto, que venia por general desta liga el Serenísimo Don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey Don Felipe: divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacia, todo lo cual me incitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba, aunque tenia barruntos y casi promesas ciertas de que en la primera ocasion que se ofreciese, seria promovido á capitan, lo quise dejar todo y venirme, como me vine á Italia: y quiso mi buena suerte que el señor Don Juan de Austria acababa de llegar á Génova, que pasaba á Nápoles á juntarse con la armada de Venecia, como despues lo hizo en Mecina. Digo en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho capitan de infantería, á cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte, mas que mis merecimientos: y aquel dia, que