vuestra merced decir mejor, respondió Sancho: porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, y la sangre seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre, y la cabeza cortada es la puta que me parió, y llévelo todo Satanás. —Y qué es lo que dices, loco, respondió Don Quijote, ¿estás en tu seso? —Levántese vuestra merced, dijo Sancho, y verá el buen recado que ha hecho, y lo que tenemos que pagar, y verá á la reina convertida en una dama particular llamada Dorotea, con otros sucesos, que si cae en ellos le han de admirar. —No me maravillaria de nada deso, replicó Don Quijote, porque si bien te acuerdas, la otra vez que aquí estuvimos, te dije yo, que todo cuanto aquí, sucedia, eran cosas de encantamento, y no seria mucho que ahora fuera lo mesmo. —Todo lo creyera yo, respondió Sancho, si también mi manteamiento fuera cosa dese jaez, mas no lo fué sino real y verdaderamente: y ví yo, que el ventero que aquí está hoy dia, tenia del un cabo de la manta y me empujaba hácia el cielo con mucho donaire y brio, y con tanta risa como fuerza: y donde interviene conocerse las personas, tengo para mí, aunque simple y pecador, que no hay encantamento alguno, sino mucho molimiento y mucha mala ventura. —Ahora bien, Dios lo remediará, dijo Don Quijote, dame de vestir, y déjame salir allá fuera, que quiero ver los sucesos y transformaciones que dices. Dióle de vestir Sancho, y en el entretanto que se vestia, contó el cura á Don Fernando y á los demás las locuras de Don Quijote y del artificio que habian usado para sacarle de la Peña Pobre, donde él se imaginaba estar por desdenes de su señora. Contóles asimesmo casi todas las aventuras que Sancho habia contado, de que no poco, se admiraron y rieron, por parecerles lo que á todos parecia, ser el mas estraño género de locura que podia caber en pensamiento desparatado. Dijo mas el cura, que pues ya el buen suceso de la señora Dorotea impedia pasar con su designio adelante, que era menester inventar y hallar otro para poderle llevar á su tierra. Ofrecióse Cardenio de proseguir lo comenzado, y que Luscinda haria y representaría la persona de Dorotea. No, dijo Don Fernando, no ha de ser así, que yo quiero que Dorotea prosiga su invencion, que como no sea muy lejos de aquí el lugar de este buen caballero, yo holgaré de que se procure su remedio. —No está mas dedos jornadas de aquí —Pues aunque estuviera mas, gustara yo de caminallas á trueco de hacer tan buena obra. Salió en esto Don Quijote armado de todos sus pertrechos, con el yelmo, aunque abo-
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CAPÍTULO XXXVII.