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DON QUIJOTE.

con el suyo, con tan tierno sentimiento, que le fué necesario tener gran cuenta con que las lágrimas no acabasen de dar indubitables señales de su amor y arrepentimiento. No lo hicieron así las de Luscinda y Cardenio, y aun las de casi todos los que allí presentes estaban, porque comenzaron á derramar tantas, los unos de contento propio, y los otros del ageno, que no parecia sino que algun grave y mal caso á todos habia sucedido: hasta Sancho Panza lloraba, aunque despues dijo que no lloraba él sino por ver que Dorotea no era, como él pensaba, la reina Micomicona, de quien él tantas mercedes esperaba. Duró algun espacio, junto con el llanto, la admiracion en todos: y luego Cardenio y Luscinda se fueron á poner de rodillas ante Don Fernando, dándole gracias de la merced que les habia hecho, con tan corteses razones, que Don Fernando no sabia que responderles, y así los levantó y abrazó con muestras de mucho amor y mucha cortesía. Preguntó luego á Dorotea, le dijese cómo habia venido á aquel lugar tan lejos del suyo. Ella con breves y discretas razones contó todo lo que antes habia contado á Cardenio, de lo cual gustó tanto Don Fernando y los que con él venian, que quisieran que durara el cuento mas tiempo: tanta era la gracia con que Dorotea contaba sus desventuras. Y así como hubo acabado, dijo Don Fernando lo que en la ciudad le habia acontecido después que halló el papel en el seno de Luscinda, donde declaraba ser esposa de Cardenio y no poderlo ser suya: dijo que la quiso matar, y lo hiciera, si de sus padres no fuera impedido, y que así se salió de su casa despechado y corrido, con determinacion de vengarse con mas comodidad; y que otro dia supo como Luscinda habia faltado de casa de sus padres, sin que nadie supiese decir donde se habia ido; y que en resolucion al cabo de algunos meses vino á saber como estaba en un monasterio con voluntad de quedarse en él toda la vida, si no la pudiese pasar con Cardenio, y que así como lo supo, escogiendo para su compañía aquellos tres caballeros, vino al lugar donde estaba, á la cual no habia querido hablar, temeroso que en sabiendo que él estaba allí, habia de haber mas guarda en el monasterio: y así aguardando un dia á que la portería estuviese abierta, dejó á los dos á la guarda de la puerta, y él con otro habian entrado en el monasterio buscando á Luscinda, la cual hallaron en el claustro hablando con una monja, y arrebatándola, sin darle lugar á otra cosa, se habían venido con ella á un lugar, donde se acomodaron de aquello que hubieron menester para traella: todo lo cual habían podido hacer bien