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DON QUIJOTE.

tuve hasta el último trance de la vida. Habia en este entretanto vuelto Dorotea en sí, y habia estado escuchando todas las razones que Luscinda dijo, por las cuales vino en conocimiento de quien ella era, y viendo que Don Fernando aun no la dejaba de sus brazos, ni respondia á sus razones, esforzándose lo mas que pudo, se levantó y se fué á hincar de rodillas á sus pies, y derramando mucha cantidad de hermosas y lastimeras lágrimas, así le comenzó á decir: Si ya no es, señor mio, que los rayos deste sol, que en tus brazos eclipsados tienes, te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya habrás echado de ver que la que á tus pies está arrodillada es la sin ventura, hasta que tú quieras, y la desdichada Dorotea: yo soy aquella labradora humilde, á quien tú por tu bondad, ó por tu gusto, quisiste levantar á la alteza de poder llamarse tuya: soy la que encerrada en los límites de la honestidad vivió vida contenta, hasta que á las voces de tus importunidades, y al parecer justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te entregó las llaves de su libertad: dádiva de tí tan mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y verte yo á tí de la manera que te veo. Pero con todo esto, no querria que cayese en tu imaginacion pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, habiéndome traido solos los del dolor y sentimiento de verme de tí olvidada. Tú quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de manera, que, aunque ahora quieras que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mio: mira, señor mio, que puede ser recompensa á la hermosura y nobleza, por quien me dejas, la incomparable voluntad que te tengo: tú no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mio, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y mas fácil será, si en ello miras, reducir tu voluntad á querer á quien te adora, que no encaminar laque te aborrece á que bien te quiera. Tú solicitaste mi descuido, tú rogaste á mi entereza, tú no ignoraste mi calidad, tú sabes bien de la manera que me entregué á toda tu voluntad, no te queda lugar ni acogida de llamarte á engaño: y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como caballero, ¿por qué por tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me hiciste en los principios? Y si no me quieres por lo que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme á lo menos y admíteme por tu esclava, que como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada. No permitas con dejarme y desampararme que se hagan y junten corrillos en mi deshonra: no des tan mala vejez á mis padres, pues no