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DON QUIJOTE.
mino no la he visto el rostro; suspirar sí la he oído muchas veces, y dar unos gemidos, que parece que con cada uno dellos quiere dar el alma: y no es de maravillar que no sepamos mas de lo que habenos dicho, porque mi compañero y yo no ha mas de dos dias que los acompañamos, porque habiéndolos encontrado en el camino, nos rogaron y persuadieron que viniésemos con ellos hasta el Andalucía, ofreciéndose á pagárnoslo muy bien. —¿Y habeis oido nombrar á alguno dellos? preguntó el cura. —No por cierto, respondió el mozo, porque todos caminan con tanto silencio, que es maravilla porque no se oye entre ellos otra cosa que los suspiros y sollozos de la pobre señora, que nos mueve á lástima, y sin duda tenemos creido que ella va forzada donde quiera que va, y segun se puede colegir por su hábito, ella es monja, ó va á serlo, que es lo mas cierto; y quizá, porque no le debe de nacer de voluntad el mongío, va triste como parece. —Todo podria ser, dijo el cura, y dejándolos, se volvió adonde estaba Dorotea: la cual, como habia oido suspirar á la embozada, movida de natural compasion se llegó á ella y le dijo: ¿Qué mal sentis, señora mia? mirad si es alguno de quien las mugeres suelen tener uso y esperiencia de curarle, que de mi parte os ofrece una buena voluntad de serviros. A todo esto callaba la lastimada señora, y aunque Dorotea tomó con mayores ofrecimientos, todavia se estaba en su silencio, hasta que llegó el caballero embozado (que dijo el mozo que los demas obedecian) y dijo á Dorotea: No os canseis, señora, en ofrecer nada á esa muger, porque tiene por costumbre de no agradecer cosa que por ella se hace, ni procureis que os responda, si no quereis oir alguna mentira de su boca. Jamas la dije, dijo á esta sazon la que hasta allí habia estado callando, antes por ser tan verdadera y tan sin trazas mentirosas me veo en tanta desventura, y desto vos mesmo quiero que seais el testigo, pues mi pura verdad os hace á vos ser falso y mentiroso. Oyó estas razones Cardenio bien clara y distintamente, como quien estaba tan junto de quien las decia, que sola la puerta del aposento de Don Quijote estaba en medio, y así como las oyó, dando una gran voz, dijo: ¡Válgame Dios! ¿qué es esto que oigo? ¿qué voz es esta que ha llegado á mis oidos? Volvió la cabeza á estos gritos aquella señora toda sobresaltada, y no viendo quien los daba, se levantó en pié, y fuese á entrar en el aposento; lo cual visto por el caballero, la detuvo sin dejarla mover un paso. A ella con la turbacion y desasosiego se le cayó el tafetan con que traia cubierto el rostro, y descubrió una hermosura incomparable, y un rostro