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CAPÍTULO XXXV.

le acostasen, y que le diesen aderezo de escribir: hízose así, y dejáronle acostado y solo, porque él así lo quiso, y aunque le cerrasen las puertas. Viéndose pues solo, comenzó á cargar tanto la imaginacion de su desventura, que claramente conoció, por las premisas mortales que en sí sentia, que se le iba acabando la vida, y así ordenó de dejar noticia de la causa de su estraña muerte: y comenzando á escribir, antes que acabase de poner todo lo que queria, le faltó el aliento, y dejó la vida en las manos del dolor que le causó su curiosidad impertinente. Viendo el señor de casa que era ya tarde, y que Anselmo no llamaba, acordó de entrar á saber si pasaba adelante su indisposicion, y hallóle tendido boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y él tenia aun la pluma en la mano. Llegóse el huésped á él, habiéndole llamado primero, y trabándole por la mano, viendo que no le respondia, y hallándole frio, vió que estaba muerto: admiróse y congojóse en gran manera, y llamó á la gente de casa para que viesen la desgracia que á Anselmo sucedia; y finalmente, leyó el papel, que conoció que de su mesma mano estaba escrito, el cual contenia estas razones: "Un necio é impertinente deseo me quitó la vida: si las nuevas de mi muerte llegaren á los oidos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada á hacer milagros, ni yo tenia necesidad de querer que ella los hiciese: y pues yo fuí el fabricador de mi deshonra, no hay para que….." Hasta aquí escribió Anselmo, por donde se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razon, se le acabó la vida. Otro dia dio aviso su amigo á los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabian su desgracia y el monasterio donde Camila estaba casi en el término de acompañar á su esposo en aquel forzoso viage, no por las nuevas del muerto esposo, mas por las que supo del ausente amigo. Dícese que aunque se vió viuda, no quiso salir del monasterio, ni menos hacer profesion de monja, hasta que (no de allí á muchos días) le vinieron nuevas que Lotario habia muerto en una batalla, que en aquel tiempo dio Monsieur de Lautrec al Gran Capitan Gonzalo Fernandez de Córdova en el reino de Nápoles, donde había ido á parar el tarde arrepentido amigo: lo cual sabido por Camila, hizo profesion, y acabó en breves dias la vida á las rigurosas manos de tristezas y melancolías. Este fué el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio.

Bien, dijo el cura, me parece esta novela; pero no me puedo per-
TOMO I.
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