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DON QUIJOTE.
do grasiento, que era del ventero: en el brazo izquierdo tenia revuelta la manta de la cama con quien tenia ojeriza Sancho, y él se sabia bien el por qué; y en la derecha desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas á todas partes diciendo palabras, como si verdaderamente estuviera peleando con algun gigante; y es lo bueno, que no tenia los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante: que fué tan intensa la imaginacion de la aventura que iba á fenecer, que le hizo soñar que ya habia llegado al reino de Micomicon, y que ya estaba en la pelea con su enemigo, y habia dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió con Don Quijote, y á puño cerrado le comenzó á dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante; y con todo aquello no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fria del pozo y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó Don Quijote, mas no con tanto acuerdo, que echase de ver de la manera que estaba. Dorotea, que vió cuan corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar á ver la batalla de su ayudador, y de su contrario. Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y como no la hallaba, dijo: Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento, que la otra vez en este mesmo lugar, donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quien me los daba, y nunca pude ver á nadie, y ahora no parece por aquí esta cabeza que ví cortar por mis mismos ojos, y la sangre corria del cuerpo como de una fuente. —¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? dijo el ventero: ¿no ves, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados, y el vino tinto que nada en este aposento? que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó. —No sé nada, respondió Sancho, solo sé que vendré á ser tan desdichado, que por no hallar esta cabeza se me ha de deshacer mi condado, como la sal en el agua. Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenian las promesas que su amo le habia hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maléfico del señor, y juraba que no habia de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habian de valer los privilegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar