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CAPÍTULO XXXIV.

solo á él, sino al que habia sido causa de habelle puesto en aquel término; y como sabia que le escuchaba su amigo Anselmo, decia cosas, que el que le oyera le tuviera mucha mas lástima que á Camila, aunque por muerta la juzgara. Leonela la tomó en brazos y la puso en el lecho, suplicando á Lotario fuese á buscar quien secretamente á Camila curase: pedíale asimesmo consejo y parecer de lo que dirian á Anselmo de aquella herida de su señora, si acaso viniese antes que estuviese sana. Él respondió que dijesen lo que quisiesen, que él no estaba para dar consejo que de provecho fuese; solo le dijo que procurase tomarle la sangre, porque él se iba adonde gentes no le viesen: y con muestras de mucho dolor y sentimiento se salió de casa, y cuando se vió solo y en parte donde nadie le veia, no cesaba de hacerse cruces, maravillándose de la industria de Camila y de los ademanes tan propios de Leonela: consideraba cuan enterado habia de quedar Anselmo de que tenia por muger á una segunda Porcia, y deseaba verse con él para celebrar los dos la mentira y la verdad mas disimulada que jamas pudiera imaginarse. Leonela tomó, como se ha dicho, la sangre á su señora, que no era mas de aquello que bastó para acreditar su embuste, y lavando con un poco de vino la herida, se la ató lo mejor que supo, diciendo tales razones en tanto que la curaba, que aunque no hubieran precedido otras, bastaran á hacer creer á Anselmo que tenia en Camila un simulacro de la honestidad. Juntáronse á las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde y de poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera mas necesario tenerle para quitarse la vida que tan aborrecida tenia: pedia consejo á su doncella, si diria ó no todo aquel suceso á su querido esposo. La cual le dijo que no se lo dijese, porque le pondria en obligacion de vengarse de Lotario, lo cual no podria ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena muger estaba obligada á no dar ocasion á su marido á que riñese, sino á quitalle todas aquellas que le fuese posible. Respondió Camila que le parecía muy bien su parecer, y que ella le seguiria; pero que en todo caso convenia buscar qué decir á Anselmo de la causa de aquella herida, que él no podia dejar de ver. A lo que Leonela respondía que ella, ni aun burlando, no sabía mentir. —Pues yo, hermana, replicó Camila, ¿qué tengo de saber? que no me atreveré á forjar ni sustentar una mentira, si me fuese en ello la vida; y si es que no hemos de saber dar salida á esto, mejor será decirle la verdad desnuda, que no que nos alcance en mentirosa cuenta. —No tengas pena, señora, de aquí á

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