las tareas de su pluma, siguió viviendo resignadamente arrinconado y escaso con el producto de sus afanes y los socorros de sus dos amparadores el conde de Lémos y el arzobispo de Toledo.
La situación penosa de Cervantes, siempre menesteroso y desatendido, le hizo atropellar la publicacion del Quijote, ó á lo menos de su primera parte que tenia ya muy adelantada. Se le concedió privilegio real, con fecha de 26 de Septiembre de 1604, para la impresion de su libro. Mas carecía de Mecenas que aceptase la dedicatoria y lo abrigase á su sombra; pues el seguir la corriente era una urgencia para Cervantes necesitado y desvalido, y mas para una obra de aquel jaez. Si el libro, cuyo título podia equivocarse, venia á parecer una mera novela de las tantísimas de caballería, paraba en manos chasqueadas sin hacer alto en la sátira finísima de su estragado gusto, y al contrario, si se enteraban de su contenido, era un hervidero de alusiones traviesas cifradas en la critica principal, y le hacia muy al caso un resguardo poderoso con el cual podia correr á su salvo. Acudió Cervantes á Don Alonso Lopez de Zúñiga y Sotomayor, séptimo duque de Béjar, y uno de los paseantes de alcurnia esclarecida que se avenian á apadrinar risueñamente las letras y las artes por via de relumbro á los dictados de su escelsa ignorancia. Cuentan que el duque, sabedor de que el objeto del Quijote era un escarnio, conceptuó comprometidas sus ínfulas y se desentendió de la dedicatoria; pero Cervantes, aparentando avenirse á su despego, pidió únicamente la fineza de oirle leer algun capítulo, y fué tan suma la estrañeza y complacencia de todos los concurrentes, que de un capítulo en otro se fué llegando hasta el fin de la obra; con lo cual, elogiando sin término al autor, el duque, á instancias de todos, tuvo á bien dejarse inmortalizar. Se refiere igualmente que un fraile, confesor del duque y que estaba al par gobernando su casa y su conciencia, malhallado con aquella aceptacion, prorrumpió contra el libro y el autor, y reconvino al señor por la acogida que uno y otro le habian merecido. Aquel ceñudo reverendo teniendo sin duda avasallado á su penitente, quedó olvidado Cervantes, quien ya nada le dedicó en lo sucesivo; pero se desagravió á su modo retratando al vivo el lance y los individuos en la segunda parte del Quijote.
Salió á luz la primera parte á principios de 1605, pero antes de pasar adelante con esta narración, hay que cortar su hilo para esplicar algun tanto, respecto al intento fundamental del libro, el temple general de los ánimos al tiempo de su publicacion.
La temporada en que descolló la caballería andante y sonaron la aventuras de los paladines, índividuos de aquel soñado instituto, cae en el intermedio de la civilizacion antigua y moderna, plazo de barbárie y de lobreguez en que el poder constituia el derecho, y la justicia se deslindaba con retos; en que la anarquía feudal estaba asolando la tierra, y en que la potestad religiosa, acudiendo al arrimo de la autoridad civil, no hallaba mas que la tregua de Dios para franquear á las naciones tal cual dia de sosiego. Heroicidad era con efecto el desvivirse en tal desconcierto por el amparo de los atropellados; y todo guerrero de pro, que enristrando la lanza y encasquetando el morrion, anduviera por el mundo en busca de trances para ejercitar empeño tan esclarecido, echando el resto de su generosidad y su pujanza, fuera un ente benéfico y endiosado con el asombro y el agradecimiento general. En despejando las carreteras de salteadores desalmados y en arrojando de sus guaridas á aquellos otros foragidos con broquel, que, encumbrados en sus castillos por los riscos, se abalanzaban, como aves de rapiña desde sus breñas, á la presa que les proporcionaban los viandantes desarmados; en habiendo desaherrojado cautivos, afianzado la inocencia, castigado al matador, destronado á los usurpadores; en renovando por aquellos asomos de la sociedad moderna, los trabajos de Hércules, de Teseo y demas semidioses de un mundo anterior y tambien aun en su niñez: entonces su nombre, pregonado de boca en boca, se conservara en la memoria de los hombres con todos los realces de la historia y de la tradicion. Las mugeres por otra parte, careciendo todavía de resguardo para su flaqueza en las costumbres públicas, fueran el objeto principal del padrinazgo garboso del caballero andante; el galanteo, nuevo género de amor desconocido en la antigüedad, hijo del cristianismo, escudando la sensualidad con respetos y una especie de culto religioso, hermanara sus entretenimientos con las aventuras sangrientas del justiciero encajonado en acero, cuya vida estuviera así alternando con la guerra y el amor.
Campo habria aquí para un libro y aun para una literatura dilatada. Era muy fácil enlazar la historia de los caballeros andantes con la de las costumbres contemporáneas, la descripcion de torneos y funciones, la justícia galanteadora de los juzgados de amor, la canturia de los trobadores y las danzas de los juglares, las peregrinaciones religiosas ó guerreras á la Tierra Santa; y entonces se patentizara el Oriente con todos sus primores á la fantansía del novelador. No era este el blanco ni el asunto de los libros caballe-