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DON QUIJOTE.
ese hueso, respondió el ventero, como si yo no supiese cuantas son cinco, y á donde me aprieta el zapato: no piense vuestra merced darme papilla, porque por Dios que no soy nada blanco: bueno es que quiera darme vuestra merced á entender, que todo aquello que estos buenos libros dicen sea disparates y mentiras, estando impreso con licencia de los señores del Consejo real, como si ellos fueran gente que hablan de dejar imprimir tanta mentira junta, y tantas batallas, y tantos encantamentos, que quitan el juicio.—Ya os he dicho, amigo, replicó el cura, que esto se hace para entretener nuestros ociosos pensamientos; y así como se consiente en las repúblicas bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos para entretener á algunos, que ni quieren, ni deben, ni pueden trabajar; así se consiente imprimir y que haya tales libros, creyendo, como es verdad, que no ha de haber alguno tan ignorante, que tenga por historia verdadera ninguna destos libros: y si me fuera lícito agora, y el auditorio lo requiriera, yo dijera cosas acerca de lo que han de tener los libros de caballerías para ser buenos, que quizá fueran de provecho, y aun de gusto para algunos; pero yo espero que vendrá tiempo en que lo pueda comunicar con quien pueda remediallo; y en este entretanto creed, señor ventero, lo que os he dicho, y tomad vuestros libros, y allá os avenid con sus verdades ó mentiras, y buen provecho os hagan, y quiera Dios que no cojeeis del pié que cojea vuestro huésped Don Quijote. —Eso no, respondió el ventero, que no seré yo tan loco, que me haga caballero andante; que bien veo que ahora no se usa lo que se usaba en aquel tiempo, cuando se dice que andaban por el mundo estos famosos caballeros. —A la mitad de esta plática se halló Sancho presente, y quedó muy confuso y pensativo de lo que habia oido decir, que ahora no se usaban caballeros andantes, y que todos los libros de caballerías eran necedades y mentiras; y propuso en su corazon de esperar en lo que paraba aquel viage de su amo, y que, si no salia con la felicidad que él pensaba, determinaba de dejalle, y volverse con su muger y sus hijos á su acostumbrado trabajo. Llevábase la maleta y los libros el ventero; mas el cura le dijo: Esperad, que quiero ver qué papeles son esos que de tan buena letra están escritos. Sacólos el huésped, y dándoselos á leer, vió hasta obra de ocho pliegos escritos de mano, y al pricipio tenian un título grande que decia: Novela del curioso impertinente. Leyó el cura para sí tres ó cuatro renglones, y dijo: Cierto que no me parece mal el título desta novela, y que me vie-