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DON QUIJOTE.

CAPÍTULO XXXI.

De los sabrosos. razonamientos que pasaron entre Don Quijote y Sancho Panza su
escudero, con otros sucesos.


T

odo eso no me descontenta: prosigue adelante, dijo Don Quijote. Llegaste: ¿y qué hacia aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, ó bordando alguna empresa con oro de cañutillo[1] para este su cautivo caballero.—No la hallé, respondió Sancho, sino aechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa. —Pues haz cuenta, dijo Don Quijote, que los granos de aquel trigo eran granos de perlas tocados de sus manos: y si miraste, amigo, el trigo era candeal, ó trechel? —No era sino rubion, respondió Sancho. —Pues yo te aseguro, dijo Don Quijote, que aechando por sus manos hizo pan candeal sin duda alguna; pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿besóla? ¿Púsosela sobre la cabeza? ¿Hizo alguna ceremonia digna de tal carta? ¿Ó qué hizo? —Cuando yo se la iba á dar, respondió Sancho, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenia en la criba, y díjome: Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está. —Discreta señora, dijo Don Quijote, eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella: adelante Sancho: y en tanto que estaba en su menester, ¿qué coloquios pasó contigo? ¿Qué te preguntó de mí? ¿Y tú que le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo, no se te quede en el tintero una mínima. —Ella no me preguntó nada, dijo Sancho; mas yo le dije de la manera que vuestra merced por su servicio quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvage, durmiendo en el suelo, sin comer pan á manteles, ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.—En decir que maldecia mi fortuna dijiste mal, dijo Don Qui-
  1. Oro hilado.