prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo, huye, puto, auséntate, ladron, y desampara lo que no es tuyo. No fueron menester tantas palabras ni baldones, porque á la primera saltó Gines, y tomando un trote que parecia carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó á su rucio, y abrazándole le dijo: ¿Cómo has estado, bien mio, rucio de mis ojos, compañero mio? y con esto le besaba y acariciaba como si fuera persona. El asno callaba, y se dejaba besar y acariciar de Sancho sin responderle palabra alguna. Llegaron todos y diéronle el parabien del hallazgo del rucio, especialmente Don Quijote, el cual le dijo que no por eso anulaba la póliza de los tres pollinos. Sancho se lo agradeció. En tanto que los dos iban en estas pláticas, dijo el cura á Dorotea, que habia andado muy discreta, así en el cuento, como en la brevedad dél, y en la similitud que tuvo con los de los libros de caballerías. Ella dijo que muchos ratos se habia entretenido en leellos; pero que no sabia ella donde eran las provincias ni puertos de mar, y que así habia dicho á tiento que se habia desembarcado en Osuna. —Yo lo entendí así, dijo el cura, y por eso acudí luego á decir lo que dije, con que se acomodó todo; ¿pero no es cosa estraña ver con cuanta facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones y mentiras, solo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus libros? —Sí es, dijo Cardenio, y tan rara y nunca vista, que yo no sé si queriendo inventarla y fabricarla mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio que pudiera dar en ella. —Pues otra cosa hay en ello, dijo el cura, que fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes á su locura, si le tratan de otras cosas, discurre con bonísimas razones, y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo, de manera que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento. En tanto que ellos iban en esta conversacion, prosiguió Don Quijote con la suya, y dijo á Sancho. Echemos, Panza amigo, pelillos á la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿dónde, cómo y cuándo hallaste á Dulcinea? ¿qué hacia? ¿qué le dijiste? ¿qué te respondió? ¿qué rostro hizo cuando leia mi carta? ¿quién te la trasladó? y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que añadas ó mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármele. —Señor, respondió Sancho, si va á decir la verdad, la carta no me la trasladó nadie, porque yo no llevé
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DON QUIJOTE.