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DON QUIJOTE.

señales del rostro vienen con las de la buena fama, que este caballero tiene no solo en España, pero en toda la Mancha. Pues apenas me hube desembarcado en Osuna, cuando oí decir tantas hazañas suyas, que luego me dió el alma que era el mesmo que venia á buscar.—Pues ¿cómo se desembarcó vuestra merced en Osuna, señora mia, preguntó Don Quijote, si no es puerto de mar? Mas antes que Dorotea respondiese, tomó el cura la mano, y dijo: Debe de querer decir la señora princesa, que despues que desembarcó en Málaga, la primera parte donde oyó nuevas de vuestra merced fué en Osuna. —Eso quise decir, dijo Dorotea. —Y esto lleva camino, dijo el cura, y prosiga vuestra magestad adelante.—No hay que proseguir, respondió Dorotea; sino que finalmente mi suerte ha sido tan buena en hallar al señor Don Quijote, que ya me cuento y tengo por reina y señora de todo mi reino, pues él por su cortesía y magnificencia me ha prometido el don de irse conmigo donde quiera que yo le llevare, que no será á otra parte, que á ponerle delante de Pandafilando de la Fosca Vista, para que le mate y me restituya lo que tan contra razon me tiene usurpado: que todo esto ha de suceder á pedir de boca, pues así lo dejó profetizado Tinacrio el Sabidor mi buen padre: el cual también dejó dicho y escrito en letras caldeas ó griegas, que yo no las sé leer, que si este caballero de la profecía, después de haber degollado al gigante, quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna por su legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino junto con la de mi persona. —¿Qué te parece, Sancho amigo? dijo á este punto Don Quijote: ¿no oyes lo que pasa? ¿no te lo dije yo? mira si tenemos ya reino que mandar y reina con quien casar. —Eso juro yo, dijo Sancho, para el puto que no se casare en abriendo el gasnatico al señor Pandahilado. ¡Pues monta que es mala la reina! así se me vuelvan las pulgas de la cama: y diciendo esto dió dos zapatetas en el aire con muestras de grandísimo contento: y luego fué á tomar las riendas de la mula de Dorotea, y haciéndola detener, se hincó de rodillas ante ella, suplicándole le diese las manos para besárselas en señal que la recibia por su reina y señora. ¿Quién no habia de reir de los circunstantes, viendo la locura del amo y la simplicidad del criado? En efeto Dorotea se las dió, y le prometió de hacerle gran señor en su reino, cuando el cielo le hiciese tanto bien, que se lo dejase cobrar y gozar. Agradecióselo Sancho con tales palabras, que renovó la risa en todos. —Esta, señores, prosiguió Dorotea, es mi historia; solo resta por de-