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CAPÍTULO XXIX.
te sobre Rocinante, y el barbero se acomodó en su cabalgadura, quedándose Sancho á pié, donde de nuevo se le renovó la pérdida del rucio con la falta que entonces le hacia; mas todo lo llevaba con gusto, por parecerle que ya su señor estaba puesto en camino y muy á pique de ser emperador, porque sin duda alguna pensaba que se habia de casar con aquella princesa, y ser por lo menos rey de Micomicon: solo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen, habian de ser todos negros: á lo cual hizo luego en su imaginacion un buen remedio, y díjose á sí mismo: ¿Qué se me da á mí que mis vasallos sean negros? ¿habrá mas que cargar con ellos y traerlos á España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algun título ó algun oficio con que vivir descansado todos los dias de mi vida? No sino dormios, y no tengais ingenio ni habilidad para disponer de las cosas, y para vender treinta, ó diez mal vasallos en dácame esas pajas: por Dios que los he de volar chico con grande, ó como pudiere, y que por negros que sean los he de volver blancos ó amarillos: llegaos, que me mamo el dedo. Con esto andaba tan solícito y tan contento, que se le olvidaba la pesadumbre de caminar á pié. Todo esto miraban de entre unas breñas Cardenio y el cura, y no sabian que hacerse para juntarse con ellos; pero el cura, que era gran tracista, imaginó luego lo que harian para conseguir lo que deseaban, y fué que con unas tijeras que traia en un estuche, quitó con mucha presteza la barba á Cardenio, y vistióle un capotillo pardo que él traia, y dióle un herreruelo negro, y él se quedó en calzas y en jubon, y quedó tan otro de lo que antes parecia Cardenio, que él mesmo no se conociera, aunque á un espejo se mirara. Hecho esto, puesto ya que los otros habian pasado adelante en tanto que ellos se disfrazaron, con facilidad salieron al camino real antes que ellos, porque las malezas y malos pasos de aquellos lugares no concedian que anduviesen tanto los de á caballo como los de á pié: en efeto ellos se pusieron en el llano á la salida de la sierra; y así como salió della Don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso á mirar muy despacio, dando señales de que le iba reconociendo, y al cabo de haberle una buena pieza estado mirando, se fué á él abiertos los brazos, y diciendo á voces: Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriota Don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quinta esencia de los caballeros andantes: y di-