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CAPÍTULO XXVIII.

nes, habiéndome ya conocido por muger, y viéndome moza, sola y en este trage, cosas todas juntas y cada una por sí que pueden echar por tierra cualquier honesto crédito, os habré de decir lo que quisiera callar, si pudiera. Todo esto dijo sin parar la que tan hermosa muger parecia, con tan suelta lengua, con voz tan suave, que no menos les admiró su discrecion que su hermosura: y tornándole á hacer nuevos ofrecimientos y nuevos ruegos para que lo prometido cumpliese, ella, sin hacerse mas de rogar, calzándose con toda honestidad, y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una piedra, y puestos los tres al rededor della, haciéndose fuerza por detener algunas lágrimas que á los ojos se le venian, con voz reposada y clara comenzó la historia de su vida desta manera:

En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, que le hace uno de los que llaman grandes en España: este tiene dos hijos, el mayor heredero de su estado, y al parecer de sus buenas costumbres, y el menor, no sé yo de qué sea heredero, sino de las traiciones de Vellido y de los embustes de Galalon: deste señor son vasallos mis padres, humildes en linage, pero tan ricos, que si los bienes de su naturaleza igualaran á los de su fortuna, ni ellos tuvieran mas que desear, ni yo temiera verme en la desdicha en que me veo, porque quizá nace mi poca ventura de la que no tuvieron ellos en no haber nacido ilustres: bien es verdad que no son tan bajos que puedan afrentarse de su estado, ni tan altos que á mí me quiten la imaginacion que tengo de que de su humildad viene mi desgracia: ellos en fin son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza mal sonante, y como suele decirse, cristianos viejos ranciosos, pero tan rancios, que su riqueza y magnífico trato les va poco á poco adquiriendo nombre de hidalgos, y aun de caballeros, puesto que de la mayor riqueza y nobleza que ellos se preciaban, era de tenerme á mí por hija: y así por no tener otra ni otro que los heredase, como por ser padres y aficionados, yo era una de las mas regaladas hijas que padres jamas regalaron: era el espejo en que se miraban, el báculo de su vejez, y el sugeto á quien encaminaban, midiéndolos con el cielo, todos sus deseos, de los cuales, por ser ellos tan buenos, los mios no salian un punto, y del mismo modo que yo era señora de sus ánimos, ansí lo era de su hacienda: por mí se recebian y despedian los criados: la razon y cuenta de lo que se sembraba y cogia pasaba por mi mano: los molinos de aceite, los lagares del vino, el número del ganado mayor