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CAPÍTULO XXVII.
sin pensamiento mio[1], fuera fácil tomarla) quise tomarla de mi mano y ejecutar en mí la pena que ellos merecian: y aun quizá con mas rigor del que con ellos se usara, si entonces les diera muerte, pues la que se recibe repentina, presto acaba la pena; mas la que se dilata con tormentos, siempre mata sin acabar la vida. En fin, yo salí de aquella casa, y vine á la de aquel donde habia dejado la mula: hice que me la ensillase, sin despedirme dél subí en ella y salí de la ciudad, sin osar, como otro Lot, volver el rostro á miralla: y cuando me ví en el campo solo, y que la escuridad de la noche me encubria y su silencio convidaba á quejarme, sin respeto ó miedo de ser escuchado ni conocido, solté la voz y desaté la lengua en tantas maldiciones de Luscinda y de Don Fernando, como si con ellas satisfaciera el agravio que me habian hecho. Díle títulos de cruel, de ingrata, de falsa y desagradecida, pero sobre todos de codiciosa, pues la riqueza de mi enemigo la habia cerrado los ojos de la voluntad para quitármela á mí, y entregarla á aquel con quien mas liberal y franca la fortuna se habia mostrado: y en mitad de la fuga destas maldiciones y vituperios la desculpaba, diciendo, que no era mucho que una doncella recogida en casa de sus padres, hecha y acostumbrada siempre á obedecerlos, hubiese querido condecender con su gusto, pues le daban por esposo á un caballero tan principal, tan rico y tan gentil hombre, que á no querer recebirle, se podia pensar, ó que no tenia juicio, ó que en otra parte tenia la voluntad, cosa que redundaba tan en perjuicio de su buena opinion y fama. Luego volvia diciendo, que puesto que ella dijera que yo era su esposo, vieran ellos que no habia hecho en escogerme tan mala eleccion que no la disculparan, pues antes de ofrecérseles Don Fernando, no pudieran ellos mesmos acertar á desear, si con razon midiesen su deseo, otro mejor que yo para esposo de su hija, y que bien pudiera ella antes de ponerse en el trance forzoso y último de dar la mano, decir que ya yo le habia dado la mia, que yo viniera y concediera con todo cuanto ella acertara á fingir en este caso. En fin, me resolví en que poco amor, poco juicio, mucha ambicion y deseos de grandezas, hicieron que se olvidase de las palabras con que me habia engañado, entretenido y sustentado en mis firmes esperanzas y honestos deseos. Con estas voces y con esta inquietud caminé lo que quedaba de la noche, y dí al amanecer en una entrada destas sierras, por las cuales cami-
  1. O, tan agenos de pensar en mí.
TOMO I.
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