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CAPÍTULO XXVII.
dia dél, que deseaba que no me casase tan presto, hasta ver lo que el duque Ricardo hacia conmigo. En resolucion le dije, que no me aventuraba á decírselo á mi padre, así por aquel inconveniente, como por otros muchos que me acobardaban, sin saber cuales eran, sino que me parecia que lo que yo desease jamas habia de tener efeto. A todo esto me respondió Don Fernando, que él se encargaba de hablar á mi padre, y hacer con él que hablase al de Luscinda. ¡Ó Mario ambicioso! ¡ó Catilina cruel! ¡ó Sila facineroso! ¡ó Galalon embustero! ¡ó Vellido traidor! ¡ó Julian vengativo! ¡ó Judas codicioso! Traidor, cruel, vengativo y embustero, ¿qué deservicios te habia hecho este triste, que con tanta llaneza te descubrió los secretos y contentos de su corazon? ¿Qué ofensa te hice? ¿qué palabras te dije, ó qué consejos te dí; que no fuesen todos encaminados á acrecentar tu honra y tu provecho? Mas ¿de qué me quejo, desventurado de mí, pues es cosa cierta, que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto abajo, despeñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda? ¡Quién pudiera imaginar que Don Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis servicios, poderoso para alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese, donde quiera que le ocupase, se habia de enconar, como suele decirse, en tomarme á mí una sola oveja que aun no poseia! Pero quédense estas consideraciones aparte, como inútiles y sin provecho, y añudemos el roto hilo de mi desdichada historia. Digo pues, que pareciéndole á Don Fernando que mi presencia le era inconveniente para poner en ejecucion su falso y mal pensamiento, determinó de enviarme á su hermano mayor, con ocasion de pedirle unos dineros para pagar seis caballos, que de industria y solo para este efeto de que me ausentase, para poder mejor salir con su dañado intento, el mesmo dia que se ofreció hablar á mi padre los compró, y quiso que yo viniese por el dinero. ¿Pude yo prevenir esta traicion? ¿pude por ventura caer en imaginarla? No por cierto, antes con grandísimo gusto me ofrecí á partir luego, contento de la buena compra hecha. Aquella noche hablé con Luscinda, y le dije lo que con Don Fernando quedaba concertado, y que tuviese firme esperanza de que tendrian efeto nuestros buenos y justos deseos. Ella me dijo, tan segura como yo de la traicion de Don Fernando, que procurase volver presto, porque creia que no tardaria mas la conclusion de nuestras voluntades, que tardase mi padre de hablar al suyo. No sé qué se fué, que en aca-