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DON QUIJOTE.
caminos, estrella de mi ventura, (así el cielo te la dé buena en cuanto acertares á pedirle) que consideres el lugar y el estado á que tu ausencia me ha conducido, y que con buen término correspondas al que á mi fe se le debe! ¡Oh solicitarios árboles, que desde hoy en adelante habeis de hacer compañía á mi soledad, dad indicio con el blando movimiento de vuestras ramas, que no os desagrada mi presencia! ¡Oh tú, escudero mio, agradable compañero en mis prósperos y adversos sucesos, toma bien en la memoria lo que aquí me verás hacer, para que lo cuentes y recites á la causa total de todo ello! y diciendo esto, se apeó de Rocinante, y en un momento le quitó el freno y la silla, y dándole una palmada en las ancas, le dijo: Libertad te da el que sin ella queda, ¡oh caballo tan estremado por tus obras, cuan desdichado por tu suerte! vete por do quisieres, que en la frente llevas escrito, que no te igualó en ligereza el Hipógrifo de Astolfo, ni el nombrado Frontino, que tan caro le costó á Bradamante. Viendo esto Sancho, dijo:—Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbardar al rucio, que á fe que no faltarán palmadicas que dalle ni cosas que decille en su alabanza; pero si él aquí estuviera, no consintiera yo que nadie le desalbardara, pues no habia para qué, que á él no le tocaban las generales de enamorado ni de desesperado, pues no lo estaba su amo que era yo, cuando Dios queria; y en verdad, señor caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced va de veras, que será bien tornar á ensillar á Rocinante para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo á mi ida y vuelta, que si la hago á pié, no sé cuando llegaré, ni cuando volveré, porque en resolucion, soy mal caminante.—Digo, Sancho, respondió Don Quijote, que sea como tú quisieres, que no me parece mal tu designio, y digo que de aquí á tres dias te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.—¿Pues qué mas tengo de ver, dijo Sancho, que lo que he visto?—Bien estás en el cuento, respondió Don Quijote: ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas, y darme de calabazadas por estas peñas, con otras cosas deste jaez que te han de admirar.—Por amor de Dios, dijo Sancho, que mire vuestra merced como se da esas calabazadas, que á tal peña podrá llegar, y en tal punto, que con la primera se acabase la máquina desta penitencia: y seria yo de parecer, que ya que á vuestra merced le parece que son aquí necesarias calabazadas, y que no se puede hacer esta obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es fingido y cosa contrahe-