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CAPÍTULO XXV.
hechas al reves? y no porque sea ello así, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores; que todas nuestras cosas mudan y truecan, y las vuelven segun su gusto, y segun tienen la gana de favorecernos ó destruirnos; y así eso que á tí te parece bacía de barbero, me parece á mi el yelmo de Mambrino, y á otro le parecerá otra cosa: y fué rara providencia del sabio que es de mi parte, hacer que parezca bacía á todos, lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, á causa que siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiria por quitármele; pero como ven que no es mas de un bacin de barbero, no se curan de procuralle, como se mostró bien en el que quiso rompelle, y le dejó en el suelo sin llevarle, que á fe que si le conociera, que nunca él le dejara. Guárdale, amigo, que por ahora no le he menester, que antes me tengo de quitar todas estas armas y quedar desnudo como cuando nací, si es que me da en voluntad de seguir en mi penitencia mas á Roldan que á Amadis. Llegaron en estas pláticas al pié de una alta montaña, que casi como peñon tajado estaba sola entre otras muchas que la rodeaban: corria por su falda un manso arroyuelo, y haciáse por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento á los ojos que le miraban: habia por allí muchos árboles silvestres, y algunas plantas y flores que hacian el lugar apacible. Este sitio escogió el caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia, y así en viéndole, comenzó á decir en voz alta, como si estuviera sin juicio: Este es el lugar, ¡oh cielos! que diputo y escojo para llorar la desventura en que vosotros mesmos me habeis puesto: este es el sitio, donde el humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pequeño arroyo, y mis continos y profundos suspiros moverán á la contina las hojas destos montaraces árboles, en testimonio y señal de la pena que mi asendereado corazon padece. ¡Oh vosotros, quien quiera que seais, rústicos Dioses, que en este inhabitable lugar teneis vuestra morada, oid las quejas deste desdichado amante, á quien una luenga ausencia y unos imaginados zelos, han traido á lamentarse entre estas asperezas, y á quejarse de la dura condicion de aquella ingrata y bella, término y fin de toda humana hermosura! ¡Oh vosotras, Napeas y Driadas, que teneis por costumbre de habitar en las espesuras de los montes (así los ligeros y lascivos Sátiros, de quien sois aunque en vano amadas, no perturben jamas vuestro dulce sosiego) que me ayudeis á lamentar mi desventura, ó á lo menos no os canseis de oilla! ¡Oh Dulcinea del Toboso, dia de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis