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DON QUIJOTE.
á no tener encubierta cosa que tan en perjuicio de la honra de mi señor el duque venia, y así por divertirme y engañarme, me dijo, que no hallaba otro mejor remedio para poder apartar de la memoria la hermosura que tan sujeto le tenia, que el ausentarse por algunos meses, y que queria que la ausencia fuese, que los dos nos viniésemos en casa de mi padre con ocasion que darian al duque, que venia á ver y á feriar unos muy buenos caballos que en mi ciudad habia, que es madre de los mejores del mundo. Apenas le oí yo decir esto, cuando movido de mi aficion, aunque su determinacion no fuera tan buena, la aprobara yo por una de las mas acertadas que se podian imaginar, por ver cuán buena ocasion y coyuntura se me ofrecia de volver á ver á mi Luscinda. Con este pensamiento y deseo aprobé su parecer y esforcé su propósito, diciéndole que lo pusiese por obra con la brevedad posible, porque en efecto la ausencia hacia su oficio, á pesar de los mas firmes pensamientos; y cuando él me vino á decir esto, segun despues se supo, habia gozado á la labradora con título de esposa, y esperaba ocasion de descubrirse á su salvo, temeroso de lo que el duque su padre haria cuando supiese su disparate. Sucedió, pues, que como el amor en los mozos por la mayor parte no lo es, sino apetito, el cual como tiene por último fin el deleite, en llegando á alcanzarle se acaba, y ha de volver atras aquello que parecia amor, porque no puede pasar adelante del término que le puso naturaleza, el cual término no le puso á lo que es verdadero amor: quiero decir, que así como Don Fernando gozó á la labradora, se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahincos; y si primero fingia quererse ausentar por remediarlos, ahora de veras procuraba irse por no ponerlos en ejecucion. Dióle el duque licencia, y mandóme que le acompañase: venimos á mi ciudad, recibióle mi padre como quien era, ví yo luego á Luscinda, tornaron á vivir (aunque no habian estado muertos ni amortiguados) mis deseos, de los cuales dí cuenta por mi mal á Don Fernando, por parecerme que en la ley de la mucha amistad que mostraba, no le debia encubrir nada: alabéle la hermosura, donaire y discrecion de Luscinda, de tal manera, que mis alabanzas movieron en él los deseos de querer ver doncella de tan buenas partes adornada: cumplíselos yo por mi corta suerte, enseñándosela una noche á la luz de una vela, por una ventana por donde los dos soliamos hablarnos: vióla en sayo tal, que todas las bellezas hasta entonces por él vistas, las puso en olvido: enmudeció, perdió el sentido, quedó absorto, y finalmente tan enamorado, cual