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CAPÍTULO XXIV.
mal, si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella se le pedia, que era, que me enviase luego donde él estaba, que queria que fuese compañero, no criado de su hijo el mayor, y que él tomaba á cargo el ponerme en estado que correspondiese á la estimacion en que me tenia. Leí la carta, y enmudecí leyéndola, y mas cuando oí que mi padre me decia: De aquí á dos dias te partirás, Cardenio, á hacer la voluntad del duque, y da gracias á Dios que te va abriendo camino por donde alcances lo que yo sé que mereces: añadió á estas otras razones de padre consejero. Llegóse el término de mi partida, hablé una noche á Luscinda, díjele todo lo que pasaba, y lo mesmo hice á su padre, suplicándole se entretuviese algunos dias, y dilatase el darla estado hasta que yo viese lo que Ricardo me queria: él me lo prometió, y ella me lo confirmó con mil juramentos y mil desmayos. Vine en fin donde el duque Ricardo estaba, fuí dél tan bien recebido y tratado, que desde luego comenzó la envidia á hacer su oficio, teniéndomela los criados antiguos, pareciéndoles que las muestras que el duque daba de hacerme merced, habian de ser en perjuicio suyo; pero el que mas se holgó con mi ida fué un hijo segundo del duque, llamado Fernando, mozo gallardo, gentil hombre, liberal y enamorado, el cual en poco tiempo quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir á todos, y aunque el mayor me queria bien y me hacia merced, no llegó al estremo con que Don Fernando me queria y trataba. Es pues el caso, que como entre los amigos no hay cosa secreta que no se comunique, y la privanza que yo tenia con Don Fernando dejaba de serlo por ser amistad; todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado que le traia con un poco de desasosiego. Queria bien á una labradora vasalla de su padre, y ella los tenia muy ricos, y era tan hermosa, recatada, discreta y honesta, que nadie que la conocia se determinaba en cuál destas cosas tuviese mas escelencia, ni mas se aventajase. Estas tan buenas partes de la hermosa labradora redujeron á tal término los deseos de Don Fernando, que se determinó para poder alcanzarlo y conquistar la entereza de la labradora, darle palabra de ser su esposo, porque de otra manera era procurar lo imposible. Yo obligado de su amistad, con las mejores razones que supe, y con los mas vivos ejemplos que pude, procuré estorbarle y apartarle de tal propósito; pero viendo que no aprovechaba, determiné de decirle el caso al duque Ricardo su padre; mas Don Femando como astuto y discreto, se receló y temió desto, por parecerle que estaba yo obligado, en vez de buen criado,