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DON QUIJOTE.
asaltos pasados, y ofreció de pedillo de allí adelante por amor de Dios sin dar molestia alguna á nadie. En cuanto lo que tocaba á la estancia de su habitacion, dijo que no tenia otra, que aquella que le ofrecia la ocasion donde le tomaba la noche: y acabó su plática con un tan tierno llanto, que bien fuéramos de piedra los que escuchádole habiamos, si en él no le acompañáramos, considerándole como le habiamos visto la vez primera, y cual le veiamos entonces; porque como tengo dicho, era un muy gentil y agraciado mancebo, y en sus corteses y concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona, que puesto que éramos rústicos los que le escuchábamos, su gentileza era tanta, que bastaba á darse á conocer á la mesma rusticidad: y estando en lo mejor de su plática, paró y enmudecióse, clavó los ojos en el suelo por un buen espacio, en el cual todos estuvimos quedos y suspensos, esperando en qué habia de parar aquel embelesamiento con no poca lástima de verlo, porque por lo que hacia de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos apretando los labios y enarcando las cejas, fácilmente conocimos que algun accidente de locura le habia sobrevenido: mas él nos dió á entender presto ser verdad lo que pensábamos, porque se levantó con gran furia del suelo donde se habia echado, y arremetió con el primero que halló junto á sí con tal denuedo y rabia, que si no se le quitáramos, le matara á puñadas y á bocados, y todo esto hacia diciendo: ¡Ah fementido Fernando! aquí, aquí me pagarás la sinrazón que me heciste, estas manos te sacarán el corazon donde albergan y tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el engaño: y á estas añadia otras razones que todas se encaminaban á decir mal de aquel Fernando, y á tacharle de traidor y fementido. Quitámossele, pues, con no poca pesadumbre, y él sin decir mas palabra se apartó de nosotros, y se emboscó corriendo por entre estos jarales y malezas, de modo que nos imposibilitó el seguille: por esto conjeturamos que la locura le venia á tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando, le debia de haber hecho alguna mala obra tan pesada, cuanto lo mostraba el término á que le habia conducido: todo lo cual se ha confirmado despues acá con las veces, que han sido muchas, que él ha salido al camino, unas á pedir á los pastores le den de lo que llevan para comer, y otras á quitárselo por fuerza, porque, cuando está con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado, no lo admite, sino que lo toma á puñadas, y cuando está en su se-