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CAPÍTULO XXIII.
mo es lo que yo digo, respondió Sancho, que tambien la hallé yo, y no quise llegar á ella con un tiro de piedra: allí la dejé, y allí se queda como se estaba, que no quiero perro con cencerro.—Decidme, buen hombre, dijo Don Quijote, ¿sabeis vos quién sea el dueño destas prendas?—Lo que sabré yo decir, dijo el cabrero, es, que habrá al pié de seis meses poco mas á menos, que llegó á una majada de pastores que estará como tres leguas deste lugar, un mancebo de gentil talle y apostura, caballero sobre esa mesma mula que ahí está muerta, y con el mesmo cojin y maleta que decis que hallastes y no tocastes: preguntónos que cuál parte de esta sierra era la mas áspera y escondida: dijímosle que era esta donde ahora estamos, y es así la verdad, porque si entrais media legua mas adentro, quizá no acertareis á salir, y estoy maravillado de cómo habeis podido llegar aquí, porque no hay camino ni senda que á este lugar encamine. Digo, pues, que en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volvió las riendas y encaminó ácia el lugar donde le señalamos, dejándonos á todos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y de la priesa con que le viamos caminar y volverse ácia la sierra: y desde entonces nunca mas le vimos, hasta que desde allí á algunos dias salió al camino á uno de nuestros pastores, y sin decille nada se allegó á él y le dió muchas puñadas y coces, y luego se fué á la borrica del hato y le quitó cuanto pan y queso en ella traia, y con estraña ligereza, hecho esto, se volvió á entrar en la sierra. Como esto supimos algunos cabreros, le anduvimos á buscar casi dos dias por lo mas cerrado desta sierra, al cabo de los cuales le hallamos metido en el hueco de un grueso y valiente alcornoque. Salió á nosotros con mucha mansedumbre, ya roto el vestido y el rostro desfigurado y tostado del sol, de tal suerte que apenas le conocimos, sino que los vestidos, aunque rotos, con la noticia que de ellos teniamos, nos dieron á entender que era el que buscábamos. Saludónos cortesmente, y en pocas y muy buenas razones nos dijo, que no nos maravillásemos de verle andar de aquella suerte, porque así le convenia para cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le habia sido impuesta. Rogámosle que nos dijese quién era, mas nunca lo pudimos acabar con él: pedímosle tambien que cuando hubiese menester el sustento, sin el cual no podia pasar, nos dijese dónde le hallariamos, porque con mucho amor y cuidado se lo llevariamos; y que si esto tampoco fuese de su gusto, que á lo menos saliese á pedirlo, y no á quitarlo á los pastores. Agradeció nuestro ofrecimiento, pidió perdon de los