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CAPÍTULO XXIII.

deparado una aventura que sea de provecho! y buscando mas, halló un librillo de memoria ricamente guarnecido: este le pidió Don Quijote, y mandóle que guardase el dinero y lo tomase para él. Besóle las manos Sancho por la merced, y desbalijando á la balija de su lencería, la puso en el costal de la despensa. Todo lo cual visto por Don Quijote, dijo:—Paréceme, Sancho, (y no es posible que sea otra cosa) que algun caminante descaminado debió de pasar por esta sierra, y salteándole malandrines, le debieron de matar, y le trujeron á enterrar en esta tan escondida parte.—No puede ser eso, respondió Sancho, porque si fueran ladrones, no se dejaran aquí este dinero.—Verdad dices, dijo Don Quijote, y así no adivino, ni doy en lo que esto pueda ser; mas espérate, veremos si en este librillo de memoria hay alguna cosa escrita, por donde podamos rastrear y venir en conocimiento de lo que deseamos. Abrióle, y lo primero que halló en él escrito como en borrador, aunque de muy buena letra, fué un soneto, que leyéndole alto porque Sancho tambien lo oyese, vió que decia desta manera:

 O le falta al amor conocimiento,
O le sobra crueldad, ó no es mi pena
Igual á la ocasion que me condena
Al género mas duro de tormento.

 Pero si amor es Dios, es argumento
Que nada ignora, y es razon muy buena
Que un Dios no sea cruel. ¿Pues quién ordena
El terrible dolor que adoro y siento?

 Si digo que sois vos, Fili, no acierto,
Que tanto mal en tanto bien no cabe,
Ni me viene del cielo esta ruina.

 Presto habré de morir, que es lo mas cierto,
Que al mal de quien la causa no se sabe,
Milagro es acertar la medicina.


Por esa trova, dijo Sancho, no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo.—¿Qué hilo está aquí? dijo Don Quijote.—Paréceme, dijo Sancho, que vuestra merced nombró ahí hilo.—No dije sino Fili, respondió Don Quijote, y este sin duda es el nombre de la dama de quien se queja el autor deste soneto, y á fe que debe de ser razonable poeta, ó yo sé
TOMO I.
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