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CAPÍTULO XXI.
y dijo que el pagano habia andado discreto, y que habia imitado al castor, el cual viéndose acosado de los cazadores, se taraza y corta con los dientes aquello por lo que él por distinto natural sabe que es perseguido. Mandó á Sancho que alzase el yelmo, el cual tomandóle en las manos, dijo:—Por Dios que la bacia es buena, y que vale un real de á ocho como un maravedí, y dándosela á su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeándola á una parte y á otra buscándole el encaje, y como no se le hallaba, dijo:—Sin duda que el pagano, á cuya medida se forjó primero esta famosa celada, debia de tener grandísima cabeza, y lo peor dello es que le falta la mitad. Cuando Sancho oyó llamar á la bacía celada, no pudo tener la risa; mas vínosele á las mientes la cólera de su amo, y calló en la mitad della.—¿De qué te ries, Sancho? dijo Don Quijote.—Rióme, respondió él, de considerar la gran cabeza que tenia el pagano dueño de este almete, que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada.—¿Sabes qué imagino, Sancho? que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algun estraño accidente debió de venir á manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y sin saber lo que hacia, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo esta que parece bacía de barbero, como tú dices; pero sea como fuere, que para mí que la conozco, no hace al caso su transmutacion, que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte que no le haga ventaja, ni aun le llegue la que hizo y forjó el Dios de las herrerías para el Dios de las batallas: y en este entre tanto la traeré como pudiere, que mas vale algo que no nada, cuánto mas que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada.—Eso será, dijo Sancho, si no se tira con honda, como se tiraron en la pelea de los dos ejércitos, cuando le santiguaron á vuestra merced las muelas, y le rompieron el alcuza donde venia aquel benditísimo brebage que me hizo vomitar las asaduras.—No me da mucha pena el haberle perdido, que ya sabes tú, Sancho, dijo Don Quijote, que yo tengo la receta en la memoria.—Tambien la tengo yo, respondió Sancho; pero si yo le hiciere ni le probare mas en mi vida, aquí sea mi hora: cuánto mas que no pienso ponerme en ocasion de haberle menester, porque pienso guardarme con todos mis cinco sentidos de ser ferido ni de ferir á nadie. De lo de ser otra vez manteado, no digo nada, que semejantes desgracias mal se pueden prevenir; y si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el aliento, cerrar los ojos, y dejarse ir por don-